Papeles del Psicólogo es una revista científico-profesional, cuyo objetivo es publicar revisiones, meta-análisis, soluciones, descubrimientos, guías, experiencias y métodos de utilidad para abordar problemas y cuestiones que surgen en la práctica profesional de cualquier área de la Psicología. Se ofrece también como foro para contrastar opiniones y fomentar el debate sobre enfoques o cuestiones que suscitan controversia.
Papeles del Psicólogo, 2003. Vol. 23(84).
Ismael Quintanilla
Universidad de Valencia
Ni en la historia de la economía ni, tampoco, en la de la psicología es nueva la línea de pensamiento que ha venido desafiando el realismo tradicional de la teoría de la utilidad esperada, que es uno de los fundamentos esenciales de la economía clásica. Se trata del precepto que sostiene que los seres humanos nos conducimos, siempre, según la norma, elevada a ley por las primeras teorías económicas, de la búsqueda del máximo beneficio con el mínimo esfuerzo, y que ello es consustancial a las personas por cuanto es una manifestación de la racionalidad humana. A pesar de ello, desde la emancipación de la economía y su consolidación como un saber estructurado estos principios axiomáticos han sido reiteradamente revisados, discutidos, puestos en duda y, en algunas ocasiones, incluso, rechazados. Su descripción y argumentación constituyen el fundamento del presente artículo, a lo que se añade una descripción de la obra de Daniel Kahneman, un psicólogo al que se le ha otorgado el Premio Nobel de Economía del presente año por haber integrado los avances de la investigación psicológica en la ciencia económica, especialmente en lo que se refiere al juicio humano y a la adopción de decisiones bajo incertidumbre.
Neither in the history of economics nor in that of psychology can we describe as new the line of thought that challenges the traditional realism of the theory of expected utility, one of the cornerstones of classical economics. This is the precept sustaining that human beings are always guided -according to a rule that early economic theory converted into a law -by the quest for the maximum benefit for the minimum effort, and that this, as an expression of rationality, is an integral feature of the human condition. Nevertheless, since the emancipation of economics and its consolidation as a structured body of knowledge, these axiomatic principles have been repeatedly revised, discussed, questioned, and even rejected. Their description and argumentation constitute the foundation of the present article, which also includes an outline of the work of Daniel Kahneman, a psychologist who won this year’s Nobel Prize for Economics for his introduction of advances in psychological research into economic science, especially with regard to human judgement and decision-making in conditions of uncertainty.
PSICOLOGÍA Y ECONOMÍA, LOS INDICIOS DE UNA RELACIÓN CONVENIENTE
Debe ser motivo de satisfacción pero también lo es de reflexión el que en el presente año se haya otorgado el Premio Nobel de Economía a un psicólogo. Con ello se fortalece la importancia que las ciencias sociales -la economía y la psicología lo son, en muy buena medida- vienen adquiriendo, contradiciendo a los que no conciben los conocimientos científicos más allá de las denominadas ciencias de la naturaleza. Muchos de los protagonistas de la vida económica -políticos y empresarios, principalmente- perciben la investigación económica y psicosocial como demasiado alejada de la realidad, poco útil, ajena y con muy pocas posibilidades aplicativas, especialmente al momento de tener que tomar decisiones importantes. Sin embargo, la reciente historia de los Premios Nobel de Economía desmiente estas suposiciones. Muy en especial el que se acaba de conceder a Vernon Smith y Daniel Kahneman. El primero un investigador que se le podría encuadrar en uno de los campos de mayor vigencia actual de la teoría económica, la economía experimental. Siendo el segundo un excelente representante de la psicología económica o, también, Behavioral Economics, tal y como se la reconoce en Estados Unidos de Norteamérica.
Por lo demás, la concesión del Premio Nobel de Economía a un psicólogo, aunque no sea cosa nueva, puede ser un excelente motivo de meditación científica y de consideración profesional. La psicología ha estado demasiado tiempo alejada de lo que podría denominarse la conducta social más consuetudinaria, la que componen nuestras decisiones económicas y nuestras conductas como consumidores. No ha sido éste un campo que haya gozado de muchas simpatías por parte de nuestros colegas. Quizás como consecuencia de una visión excesivamente estrecha de las posibilidades explicativas y aplicativas de la psicología económica. Puede que también se deba a un cierto desconocimiento de esta especialidad -o campo de investigación y desarrollo- de la psicología social. De hecho, apenas existente como materia de estudios en las Facultades de Psicología españolas cuando es cosa bastante corriente en la mayor parte de las europeas (Webley y Walker, 1999).
Así las cosas, cabe afirmar que no es la primera vez que en esta revista aparece un trabajo relacionado, de una u otra forma, con este área de investigación. En el año 1997 se publicó una entrevista con el profesor Fred van Raaij, en aquel momento presidente de la IAREP (International Association for Research in Economic Psychology), en la que se expresan, entre otras cosas, las razones por las que la XXII Conferencia Internacional de Psicología Económica se iba a celebrar ese mismo año en España. A la pregunta sobre las líneas de investigación más desarrollo experimentarían en el futuro, el profesor van Raaij contestaba: "La investigación tradicional sobre la toma de decisiones es bastante racional. Sin embargo, la gente puede tener impresiones emocionales que pueden ser más fuertes que una comparación de atributos a la hora de tomar una decisión. En muchas ocasiones no se realizan comparaciones reacionales aún teniendo varias alternativas" (Van Raaij, 1997: 89). Un año más tarde, en esta misma revista publiqué un artículo con el título: "La psicología económica y del consumidor en España. Reflexiones conceptuales y práctica profesional". En él advertía: "La autonomía de la psicología económica se logra en su irrevocable aspiración a estudiar las conductas económicas. Aún en relación con la psicología social, constituida desde ella mas no reducida a ella, al consolidar sus lazos con la ciencia económica pretende explicar una buena parte de lo que la propia Psicología Social establece. En el caso que nos ocupa lo que tiene que ver con las conductas sociales de carácter económico" (Quintanilla, 1998: 50).
El tiempo y numerosas investigaciones parecen estar concediendo significado y argumentos a los que pensamos, y lo hemos defendido por escrito, que no sólo existe -a pesar de los que se resistan a aceptarlo- una psicología económica, sino que además el abandono progresivo, bajo la influencia de las ciencias sociales, de los modelos y teorías ontológicas basadas en una naturaleza humana universal e inalterable, ha ido abriendo paso a una perspectiva mucho más compleja y psicosocial. Me refiero, evidentemente, al marco teórico a seguir para explicar las conductas de los seres humanos en sus transacciones económicas. Como resultado de ello se ha producido una notable transformación, a la que autores como Kahenamn y Smith (junto con otros muchos, como luego veremos) han contribuido decididamente. Como es de esperar ello ha traído consigo la correspondiente controversia. En este caso en torno a la validez del concepto de homo economicus, concepción cada vez más debatida y de cuya discusión viene emergiendo el de homo psicologicus (Thaler, 1996), cada día más presente en la literatura relacionada con la teoría económica (ver Lewin, 1996; Elster, 1998; Rabin, 1998).
Conviene tener bien presente, no obstante, que ni en la historia de la economía ni tampoco en la de la psicología es nueva la línea de pensamiento que ha venido desafiando el realismo tradicional de la teoría de la utilidad esperada, que es uno de los fundamentos esenciales de la economía clásica. Desde esta perspectiva se defiende que muchas de las predicciones que se establecen desde la teoría económica dependen de las hipótesis que se formulan respecto del comportamiento humano. Éste se interpreta desde una concepción previamente establecida -de forma y manera axiomática y elevada posteriormente a principio irrevocable- y, lo que es muy relevante, no siempre confirmada, sobre una posible naturaleza humana específica, inalterable y previsible. Se trata del precepto que sostiene que los seres humanos nos conducimos -siempre- según la norma, elevada a ley por las primeras teorías económicas, de la búsqueda del máximo beneficio con el mínimo esfuerzo, y que ello es consustancial a las personas por cuanto es una manifestación de la racionalidad humana.
A pesar de ello, desde su emancipación y consolidación como un saber estructurado estos principios axiomáticos han sido reiteradamente revisados, discutidos, puestos en duda y, en algunas ocasiones, incluso, rechazados. Su descripción y argumentación constituyen el fundamento del presente artículo y como fuere que en estos días, como consecuencia de lo que aquí vamos glosando -es decir, la entrega del Premio Nobel de Economía a un psicólogo-, he tenido que escribir algunos otros, es necesario que indique que, en alguna medida y como es natural, algunos aspectos y contenidos de este texto son transcripción revisada y ampliada de lo que tengo publicado en otros lugares o espero publicar prontamente (Quintanilla, 1997, 1998, 2002a, 2002c y 2002d).
En la historia de la Economía abundan las teorías y corrientes teóricas que de algún modo han utilizado los conocimientos psicológicos. Y esto se ha hecho, reiteradamente, desde la constitución y emancipación disciplinar y científica de la Economía. Es bien conocido, por ejemplo, que en 1871 Carl Menger publicó sus Fundamentos de la Economía Nacional. Hoy el conjunto de principios sustentados en esta obra se conoce como una escuela: la Escuela Marginalista o, lo que es más significativo, la Escuela Psicológica Austriaca. Al introducir en el análisis económico la teoría subjetiva del valor, desarrollando el concepto de marginalidad por el que el valor de un bien depende de la satisfacción que produce la última unidad de ese bien, modificaba, por primera vez, los axiomas más tradicionales de la Economía, y lo hizo recurriendo a teorías psicológicas que ya habían tenido gran importancia para la emergencia de ésta como ciencia independiente: la motivación, entendida desde perspectivas hedonistas, habiendo sido Jeremy Bentham su máximo valedor.
Desde la Filosofía, contexto teórico en el que se encuadraba la Psicología de aquella época, Gabriel Tarde publicó diez años más tarde, en 1881, un artículo en la Revue Philosophique, transformado posteriormente en libro (1902), con el título de La Psychologie Économique, en el que por primera vez y de manera explícita se tratan las relaciones entre economía y psicología (Albou, 1984). En estos textos se señala el aspecto subjetivo y simbólico de los fenómenos económicos. En referencia a los economistas de aquella época Tarde afirmó que sólo habían alcanzado a concebir una naturaleza humana simplificada, esquemática y mutilada, al emplear un mínimo psicológico para sostener la base estadística matemática de sus suposiciones.
La Primera Guerra Mundial y la fuerte influencia de la obra de Durkheim soslayaron y marginaron las reflexiones de Tarde sin embargo las relaciones entre la psicología y la economía se mantuvieron constantes y en franco desarrollo. Pierre-Louis Reynaud (1964), continuador de la obra de Gabriel Tarde en Francia, afirmaba que la crisis de 1920-1945 se tradujo en un notable avance de la psicología económica, ayudada inicialmente por el cuerpo teórico de la psicología general y más tarde por el de la psicología social, conformándose, desde entonces hasta la actualidad, en el referente teórico fundamental de esta disciplina. Al mismo tiempo el eje de la producción científica se trasladó de Europa a los Estados Unidos de Norteamérica con la llegada a este país de un considerable número de científicos y profesores universitarios que huían de la persecución y de un continente devastado. Entre ellos viajaba George Katona.
Si con Gabriel Tarde la Psicología Económica apareció en la escena universitaria fue con George Katona con quien alcanzó su autonomía disciplinar y metodológica. Su obra Psychological Analysis of Economic Behavior publicada en 1951 y traducida al castellano en 1965 es un referente ineludible, representando el punto de inflexión desde el que se inicia un constante y prolijo desarrollo de la psicología económica. Así pues, lo que ahora se divulga como una nueva rama de la Economía denominada behavioral economics (ver Gargarella, 2002) no es tan nueva y existe, cuanto menos, desde hace cincuenta años. De hecho, fue Katona de los primeros en advertir que los supuestos keynesianos en relación a la conducta de los consumidores no siempre se cumplían o lo hacían con matices de gran significación. En particular, en relación a la inestabilidad de los gastos de consumo a corto plazo. Para Katona, los gastos importantes son de tipo discrecional y están sujetos a juicios y procesos de toma de decisiones en contraste con la idea de Keynes basada en los hábitos y las conductas habituales. En consecuencia, el gasto no es una respuesta de carácter automático -es decir, funcional y/o causal- consecuencia de los índices económicos como, por ejemplo, los ingresos disponibles. Ni siempre ni, tampoco, de la misma manera, a un mayor ingreso corresponde una mayor gasto, e inversamente. En ocasiones, los gastos superan los ingresos y, en otras, un mayor ingreso puede producir un mayor ahorro y, en consecuencia, un menor gasto. Hoy tal conocimiento se encuentra asumido e integrado en la teoría económica, sin embargo no lo fue en el pasado. La obra de Katona, que según mis noticias también pudo ser candidato al Premio Nobel de Economía, puso al descubierto la gran importancia de las expectativas, entendidas por este autor como una subclase de actitudes que se proyectan hacia el futuro. En consecuencia, las perspectivas en el tiempo se producen en los consumidores tanto hacia atrás como hacia adelante de manera altamente selectiva. Por otra parte, las respuestas ante un mismo estímulo económico varían grandemente entre sujetos así como en una misma persona en dos puntos diferentes del tiempo.
Estos ejemplos, destacables entre otros muchos, prueban que la colaboración entre psicólogos y economistas, con el fin de explicar la conducta económica contribuyendo al conocimiento científico no es, dese luego, una cuestión reciente. De hecho, existe un antecedente, similar al de 2002, en la concesión del Premio Nobel de Economía. Desde mediados del siglo XX los casos de colaboración entre economistas y psicólogos junto con el préstamo recíproco de constructos, modelos y teorías se ha venido produciendo reiteradamente. En 1961 James G. March y Herbert A. Simon (profesor de Psicología de la Universidad Carnagie Mellon) publicaron conjuntamente un libro de título Organizational Theory bien conocido por los psicólogos de las organizaciones y un claro ejemplo de como la colaboración interdisciplinar suele ofrecer buenos resultados.
Para Herbert Simon (1973) lo artificial se diseña según funciones, objetivos y adaptaciones imperativas y prescriptivas. Las ciencias artificiales -y la economía junto con la psicología lo son, en gran medida- no pretenden simplemente la explicación de las cosas, sino como deberían ser las cosas artificiales para la consecución de unos fines. En consecuencia, el hombre económico puede ser una realidad artificial diseñada en función de ciertos intereses y motivaciones, una reiterada tendencia en la historia de la economía (Galbraith, 1989). Es cierto que desde esta ideación es posible explicar algunas de nuestras conductas económicas pero no todas ellas, ni todas de igual manera, ni en las mismas circunstancias y/o contextos. Un camino de doble dirección, de la economía a la psicología e inversamente, puede ser un opción excelente para la génesis de conocimientos interdisciplinares capaces de aclarar lo que no puede explicar el paradigma clásico.
Efectivamente, años más tarde en 1978, se le concede a Herbert Simon el Premio Nobel de Economía quién, como se puede comprobar en el siguiente texto extraído de su autobiografía, se queja de los inconvenientes de la colaboración interdisciplinar al mismo tiempo que, aún con ironía, la defienda activamente: "Al igual que las naciones, las disciplinas son un mal necesario que permiten a los seres humanos de racionalidad acotada simplificar la estructura de sus metas y reducir sus decisiones a límites calculables. Pero el provincianismo acecha por todas partes, y el mundo necesita desesperadamente viajeros internacionales e interdisciplinarios que transmitan los nuevos conocimientos de un enclave a otro. Como he dedicado gran parte de mi vida científica a tales viajes, puedo ofrecer un consejo a quienes deseen llevar una existencia itinerante. Resulta nefasto que los psicólogos te consideren buen economista y que los científicos políticos te consideren un buen psicólogo. Inmediatamente después de arribar a tierras extrañas hay que empezar a conocer la cultura local, no con el fin de renegar de los propios orígenes, sino de ganarse el pleno respeto de los nativos. Cuando se trata de la economía, no existe ningún sustituto para el lenguaje del análisis marginal y del análisis de regresión, ni siquiera (o especialmente) cuando la meta que se persigue consiste en demostrar sus limitaciones. La tarea no es gravosa; al fin y al cabo aculturamos a los universitarios en un par de años. Además, puede incitar a escribir artículos sobre temas fascinantes con los que en otro caso tal vez no nos hubiéramos topado nunca. Acaso sea esta la razón por la que he empezado a aprender chino y llevo a cabo investigaciones psicológicas sobre la memoria para los ideogramas de esta lengua a los sesenta y cuatro años de edad. Un buen sistema para inmunizarme contra el aburrimiento incipiente". (Simon, 1997: 419-420).
Con toda la crudeza de la cita y con todos los inconvenientes que supone la colaboración interdisciplinar, se sigue haciendo manifiesta la necesidad de tener bien presente que las hipótesis y asunciones económicas dependen, muy estrechamente, de teorías y modelos psicológicos (Thaler, 1996; Medema y Samuels, 1996; Lewin, 1996; Rabin, 1998) y que, también, esta dependencia deba ser recíproca (Van Raaij, 1981, 1994; Lea, Tarpy y Webley, 1987). Precisamente la confirmación de esta reciprocidad justifica y certifica la existencia de la psicología económica. Al mismo tiempo que se rebate y/o atenúa uno de los conceptos clave de la economía tradicional: el de homo economicus, por el que establecidas la regularidades y leyes inalterables de una naturaleza humana previsible se abrió paso a una economía científica. Pero que para muchos economistas y psicólogos puede ser, en gran medida, un artificio congruente con un imperativo social, lo que conviene creer, acorde con tiempos o circunstancias históricas bien delimitadas (Galbraith, 1989).
Ahora con la concesión del Premio Nobel de Economía a un economista y a un psicólogo se hacen mucho más evidentes, alcanzan notoriedad pública y se pone de manifiesto que la psicología, más específicamente, la psicología económica tiene algo que aportar, junto con la economía experimental, al saber y conocimientos de la teoría económica y la economía aplicada. Este premio se otorga a un economista experimental, Vernon Smith (profesor de economía y derecho en la Universidad pública George Mason, en Virginia) preocupado en investigar como situaciones económicas específicas y controladas puedan dar lugar a juicios que afectan nuestras decisiones, y a Daniel Kahneman, un psicólogo de la economía (profesor de psicología de la Universidad de Pricenton) interesado en similar proceso y su influencia sobre el comportamiento económico.
Sin embargo, este evento -de gran importancia teórica e investigadora, tanto para la economía experimental como para la psicología económica- sigue provocando cierta sorpresa y estupor. Un buen amigo, profesor de economía me decía hace algunos días: "! cómo debe estar la economía para que el Premio Nobel se le conceda a un psicólogo !". Este es un pensamiento bastante generalizado entre muchos economistas. También es frecuente que acontezca algo parecido con mis colegas psicólogos. Para comprender las dificultades de este doble diálogo se puede volver a leer la cita anterior de Herbert Simon. Salvando las distancias, es algo parecido a lo que ocurre con aquéllos que defendemos activamente la necesidad de una constante colaboración en la Universidad y las empresas. Para muchos colegas de la Universidad somos demasiado prácticos, alejados de la teoría y la investigación científica y para otros tantos directivos empresariales excesivamente académicos y teóricos. El intento para relacionar y coincidir desde universos de discurso diferentes se hace extremadamente complicado, son demasiadas las variables, distintos los lenguajes y bastante más presentes de lo que imaginamos los estereotipos y los prejuicios.
Por otra parte, ¿cuáles pueden ser las razones por las que aún produzca cierto asombro entre algunos economistas que el Premio Nobel de su especialidad se le conceda a un psicólogo?
LA PARADOJA DE SEN
Amartya Sen (1973), también Premio Nobel de Economía en 1998, sostiene que existe una actitud paradójica de los economistas respecto de la psicología. Éstos tienden a creer que aquélla puede ser independiente de los conocimientos psicológicos y prefieren observar la realidad o, para quienes siguen a Milton Friedman (1953), estudiar el valor agregado de los gustos en los precios y las cantidades. En esta actitud antipsicológica, en palabras de Sen, subyace la importancia percibida de las preferencias reveladas, lo que reduce la teoría de la preferencia a un conjunto de proposiciones conductuales, herederas y prolongación del homo economicus y del realismo tradicional en economía. A pesar de todo es evidente que las asunciones de los economistas dependen de razonamientos psicológicos para ser plausibles. Los economistas, por ejemplo, están muy condicionados por la noción de elección racional y, como sostiene Sen (1993), la racionalidad es un concepto no-aprehensible si no tiene un motivo afín. La racionalidad es, por su naturaleza, una interpretación psicológica que se coloca en la conducta que se observa. Desde la perspectiva de la elección racional cuando se observa una acción se interpreta que ésta es el resultado de algunos motivos. El origen de esta interpretación es externo respecto de la conducta que se observa. En realidad, en muchas circunstancias, las observaciones de la conducta son bastante pobres (o incluso erróneas) para determinar las preferencias individuales. La información no conductal, tal como la comunicación no verbal, puede ser mucho más reveladora para explicar la motivación individual, especialmente cuando las consideraciones morales dominan la elección. La inconsecuente coexistencia de las ideas psicológicas y antipsicológicas en la economía es confusa y requiere alguna explicación. Shira Lewin (1996: 1293) denomina a esta contradicción "la paradoja de Sen", y se puede enunciar como la frecuente tendencia al uso, por parte de los economistas, de la psicología y sus lenguajes, sin poseer los conocimientos apropiados. En los últimos años esta paradoja se hace cada vez más evidente.
¿Hasta que punto las asunciones macroeconómicas necesitan ser psicológicamente realistas? ¿Puede la economía ser independiente de la psicología? Según hemos comprobado para algunos economistas estás son preguntas esenciales para resolver la confusión metodológica que perciben en la teoría económica. Responden sosteniendo que los conocimientos de la psicología pueden ser fundamentales para aclarar muchas cuestiones macroeconómicas. Hoy por hoy, a casi nadie se le ocurriría afirmar que no lo son para la microeconomía, ahí están la psicología de los recursos humanos y la psicología del consumidor, por ejemplo, indispensables y poco discutibles en la actual administración y dirección de empresas. Estos autores, venimos argumentando, afirman que muchos aspectos de la economía no pueden ser independientes de la psicología. Y, precisamente, a Smith y Kahneman se les concede el Premio Nobel de Economía por situarse en esta línea de pensamiento.
Pero, ¿qué ocurre con la psicología y la psicología social cuando se presenta alejada e indiferente de las teorías económicas? Pues más de lo mismo. Puesto que cuando desde la psicología se ignoran los procesos económicos y su influencia sobre la conducta social se pierde la oportunidad de analizar amplia y profundamente algunos de los aspectos más comunes del comportamiento humano. Es decir, existe una influencia de la conducta de las personas sobre la Economía de igual forma que las variables e índices económicos resultado de una determinada política económica, actúan sobre la conducta de los seres humanos. Este doble objeto de análisis (economía con psicología y psicología con economía) tiene que ver con numerosas parcelas de la vida social y económica de los ciudadanos, imperando en cuestiones tales como la salud, la compra, el trabajo, el ahorro y la educación. Esto es, los conocimientos de economía puede resultar efectivos para estudiar, entre otras cosas, la conducta del consumidor, los procesos de socialización de los niños, las psicopatologías del trabajo, la influencia de la publicidad, las fluctuaciones económicas y su influencia sobre la salud, la conducta prosocial y aún un largo etcétera.
Ya es bien sabido y puede que no haga falta insistir en que ni toda psicología es clínica ni toda psicología clínica lo es de fenómenos psicopatológicos excepcionales. Existe también una psicología de la salud cuyo fin es el asegurar una conducta sana en lo cotidiano y lo social y que no tiene por qué ser excepcional o basarse exclusivamente en lo patológico. En ella o sobre ella actúan acontecimientos económicos cuyo conocimiento puede ayudar a mejorar su desarrollo. Qué decir de la presión fiscal, el desempleo, las pautas de inversión, las fluctuaciones de la bolsa y el crecimiento de P.I.B., ¿no son estos índices y datos macroeconómicos que afectan nuestras vidas y que actúan e influyen sobre la conducta de los ciudadanos?. La psicología también se construye investigando la conducta más convencional y cotidiana. La que más frecuentemente se produce. Aquélla que, de una u otra forma, constituye la satisfacción vital de los seres humanos. Objeto éste -el bienestar- que no puede sustraerse a la investigación e intervención psicológica. También los psicólogos deberíamos ir tomando cierta distancia al concepto de hombre enfermo, demasiado tiempo presente en nuestra manera de abordar la acción psicológica.
Podría argumentarse que la economía y la psicología son disciplinas tan vastas y complejas que un conocimiento adecuado de cada una de ellas podría llevar toda una vida. ¿Podría existir un experto en ambas materias? Es altamente improbable. Apenas es posible dominar algunas cuestiones o especialidades de la economía. Y lo mismo ocurre con la psicología. Mucho más, claro es, ser experto de todo ello. Sin embargo los límites y fronteras entre ambas disciplinas son muy ambiguos y arbitrarios. Si bien es cierta la improbabilidad de encontrar expertos en ambas disciplinas sí que es posible que algunas personas puedan estudiar conjuntamente algunos aspectos de la economía y de la psicología en vez de diferentes aspectos de cada campo por separado. Y esto, precisamente, es lo que han hecho Vernon Smith y Daniel Kahneman.
UN PREMIO NOBEL QUE RECOMPENSA LA DISIDENCIA CON LA VISIÓN CLÁSICA DE LA ECONOMÍA
La decisión de la Real Academia de las Ciencias otorgando el premio del Banco de Suecia en memoria de Alfred Nobel a Daniel Kahneman y Vernon Smith constituye un merecido homenaje a las investigaciones que ponen al descubierto algunas de las limitaciones de la economía clásica. Como se habrá podido comprobar, desde la posición más ortodoxa, la economía es concebida como una ciencia basada en la observación de acciones reales, partiendo del axioma indiscutible de la existencia de un homo economicus, cuyas decisiones se guían inevitablemente por el interés personal y la razón. Aunque ambos autores están interesados en la investigación de la toma de decisiones de los agentes económicos sus enfoques, aún complementarios, son bastante diferentes entre sí. Vernon Smith es, posiblemente, una de las figuras más representativas de la economía experimental. Una rama o especialidad de la economía cuyo principal propósito es reproducir, mediante la experimentación con personas, cuáles serán sus conductas en un contexto y/o mercado específico. Sus trabajos reafirman la consolidación de la economía experimental y la aplicación de los resultados de laboratorio -en este caso, especialmente, sobre las subastas- a las ciencias económicas.
Las contribuciones más relevantes de Daniel Kahneman se refieren a la toma de decisiones en situaciones de riesgo e incertidumbre y, mediente sus investigaciones, ha demostrado, reiteradamente, que la conducta de las personas se puede alejar de las predicciones realizadas según la teoría económica tradicional. La obra de este psicólogo no es demasiado conocida en España y, cuando lo es, no es frecuente que se la relacione con la economía. Tras rastrear su bibliografía en castellano sólo he podido encontrar un libro publicado en 1997, escrito originalmente en 1973, traducido, introducido y comentando por el profesor Juan Botella de la Universidad Autónoma de Madrid. Su título es Atención y esfuerzo, y según este profesor "sigue siendo hoy, veinticinco años después de su publicación, de imprescindible lectura para aquellos que quieran aventurarse en la apasionante tarea de estudiar la atención humana. Además de exponer con lucidez ideas complejas, Daniel Kahneman hace un esfuerzo encomiable por establecer puentes con otros campos de la psicología, como la percepción o el aprendizaje" (Botella, 1997:13). En el intervalo que transcurre desde 1961 (fecha de la publicación de su Tesis Doctoral: An analytical model of the semantic differential) hasta, aproximadamente, 1977, la mayor parte de sus trabajos están relacionados con la atención y la percepción.
La teoría prospectiva
En Marzo de 1979 Daniel Kahneman publicó en Econometrica un artículo, ampliamente referenciado, junto con Amos Tversky (autor y matemático con el que más frecuentemente ha colaborado y con el que comparte una treintena de publicaciones) en el que realizaron una profunda crítica a la teoría de la utilidad como modelo de la adopción de decisiones en situaciones de riesgo. Desde entonces sus investigaciones y publicaciones, tal y como se puede comprobar en su curriculum vitae (ver Kahneman, 2002), se asocian, casi invariablemente, con la economía y el pensamiento económico. En particular, sus trabajos relacionados con la teoría de prospección, las limitaciones cognitivas, los heurísticos de conocimiento, la toma de decisiones en situaciones de riesgo y los juicios económicos. El Premio Nobel se le concede, precisamente, "por haber integrado los avances de la investigación psicológica en la ciencia económica especialmente en lo que se refiere al juicio humano y a la adopción de decisiones bajo incertidumbre" (En Martínez Coll, 2001).
Sin embargo, me parece como se habrá podido comprobar en el primer apartado de este artículo, que además de premiar a un autor lo que se está haciendo es significar una línea de pensamiento conformada por otros muchos autores provenientes tanto de la economía como de la psicología. Lo que, en definitiva, se está respaldando es el significado de las investigaciones que advierten sobre algunos cambios relevantes respecto del paradigma económico dominante. Efectivamente, Vernon Smith mantiene un abordaje afiliado al de Daniel Kahneman basándose en experimentos de laboratorio con la finalidad de explicar la conducta efectiva cuando las personas toman decisiones económicas relacionadas con el reparto de beneficios y la participación en subastas. Este autor insiste en el concepto de distancia social y su influencia decisiva sobre el reparto y sobre el grado de reciprocidad cuando se trata de explicar cómo dos personas toman decisiones relacionadas con el reparto de una suma de dinero. También en este caso, lo que se pretende es una aproximación desde la teoría económica al mundo real, que se hace considerando los conocimientos de la psicología y la teoría de la toma de decisiones.
Según Kahneman, éstas se acompañan y son el resultado de razonamientos de gran complejidad. Juicios y consideraciones relacionadas con el estatus, los heurísticos de conocimiento, los recursos cognitivos, el tratamiento equitativo, la representatividad, la percepción, el bienestar y la reciprocidad influyen decisivamente sobre los razonamientos de las personas cuando deben tomar decisiones económicas. Todo esto puede parecer evidente a un psicólogo del conocimiento o un psicólogo social cognitivo pero contrasta sobremanera con el supuesto fundamental del paradigma clásico. Éste tiene por principio fundamental la concepción y existencia de una naturaleza humana, invariable y previsible, y egoísta, maximizadora y regida por la ley del mínimo esfuerzo máximo beneficio. Por otra parte, según el modelo que ha presidido -y aún preside- la teoría económica durante la mayor parte de su existencia, las personas se conducen racionalmente, calculando cada decisión según sus resultados y pensando cuál será la mejor de entre las posibles para obtener las máximas ganancias. Es decir, lo que parece importar a todas las personas e invariablemente es cómo obtener más dinero y el hecho, fundamental, de que sin dinero todas las necesidades cotidianas se conviertan en agobio, ansiedad y sufrimiento.
Sin embargo, David Kahneman afirma que las personas subestiman los resultados que sólo son probables cuando los comparan con los que se obtienen seguramente, a esta tendencia la denomina efecto certidumbre. Existe una aversión al riesgo en decisiones o elecciones que entrañan ganancias seguras y, sin embargo, se prefiere el riesgo cuando implican pérdidas seguras. Por ejemplo, supongamos que se regalan 10.000 y que se ofrecen dos posibilidades: a) conseguir 5.000 más, seguros o b) 10.000 más, con una probabilidad del 50%. Según las investigaciones de Kahneman la mayor parte de la gente se inclina por la primera alternativa. Supongamos, ahora, que se regalan 10.000 y que se ofrecen similares alternativas: a) perder seguro 5.000 o, b) perder 10.000 con una probabilidad del 50%. En este caso, la mayor parte de la gente prefiere arriesgarse eligiendo la segunda alternativa. Sin embargo, las opciones ofrecidas son iguales lo que cambia es el referente psicológico: 10.000 con posibilidad de ganancia en el primer caso y 10.000 ¤ con posibilidad de pérdida en el segundo. Se trata de lo que Kahneman denomina el efecto aislamiento por el que las personas, cuando la elección se presenta en contextos diferentes o con referentes psicológicos distintos, tienden a ignorar las componentes que son compartidas por todas las alternativas.
En consecuencia, las ponderaciones que se utilizan para decidir son, por lo general, inferiores a las probabilidades correspondientes, exceptuando el rango de baja probabilidad. Precisamente la atracción hacia los juegos de azar se basa en una sobrestimación de una baja o muy baja probabilidad. Los corolarios derivados de estos indicios y deducciones han sido resumidos por Richard Thaler, autor integrado en la línea de pensamiento que estamos comentando y con el que Kahneman ha colaborado en frecuentes ocasiones (1991, 1997), en un trabajo recientemente publicado por el National Bureau of Economic Research (Working Paper, 9222, 2002).
Lo fundamental, y en lo que se viene insistiendo en los últimos años, es que este grupo de investigaciones pone en serios aprietos algunos de los grandes principios de la economía clásica. Entre ellos cuando se presume -aunque para muchos otros autores sea un axioma científico indiscutible- que siempre y en cualquier contexto o estado referencial las personas siguen un comportamiento egoísta y maximizador. Según los resultados de las investigaciones de Kahneman, y el resto de autores de este grupo, esto no siempre es así y, como se podrá observar en los ejemplos que siguen, los valores y los juicios (no siempre egoístas ni tampoco, necesariamente, no-egoístas) de las personas son, también, catalizadores mentales que pueden interferir en las decisiones económicas.
La importancia del contexto social
Acorde con el paradigma dominante en la economía clásica, hoy denominada neoliberal, se pueden realizar algunas predicciones que si se reflexionan mínimamente sorprenden grandemente. Sabemos que el modelo tradicional parte del supuesto de la racionalidad humana, lo que ocurre es que no existe un consenso cuando se pretende su definición operativa. La alternativa seguida por los economistas clásicos ha sido utilizar el criterio de los objetivos inmediatos. Así, una persona es racional cuando es eficiente alcanzando los objetivos que tenga planeados para cada momento. Estos objetivos se manifiestan por los gustos que aparecen exógenamente y no existe razón alguna para ponerlos en cuestión: el gusto o el deseo por algo no es ni mejor ni peor que cualquier otro. No existen, por tanto, las necesidades objetivas se trata de meras preferencias que se tornan en demandas. Cierto estupor acompaña la reflexión derivada del ejemplo que propone George Sigler y que denomina el problema del aceite del cárter: "Si vemos que una persona está bebiéndose el aceite del cárter y que se retuerce de dolor hasta morir, podemos afirmar que debía gustarle realmente el aceite del cárter (si no, ¿por qué se lo ha bebido?)" (En Frank, 1992: 227).
De hecho, todas las conductas, por muy excepcionales que sean, pueden justificarse a posteriori, razón por la cual según este criterio no se evalúa realmente la racionalidad de los objetivos. No obstante, desde el modelo dominante en economía, el que toma como referencia la maximización de las ganancias, se pueden seguir haciendo predicciones muy sustanciosas y, por cierto, paradójicamente evidentes. Se puede predecir, por ejemplo, que si el Estado legisla un nuevo impuesto ambiental o protege con una alta indemnización el despido de los discapacitados, entonces, los precios de los hoteles subirán y que las empresas evitarán contratar discapacitados. Esto es cierto. En consecuencia, pretendiendo un mayor bienestar lo que se consigue es precisamente todo lo contrario. Evidente. No lo es tanto la segunda parte de la argumentación: cualquier regulación estatal bienintencionada o facilitadora del bienestar tiende al fracaso más estrepitoso. En consecuencia, una política económica en apariencia beneficiosa -el subsidio de desempleo, por ejemplo- puede tener efectos altamente perversos. La solución está entonces en el mercado libre, muy lejos de las interferencias gubernamentales !Dejad que el mercado se regule sólo!.
Ante tales conclusiones algunos de los trabajos de Kahneman y Tversky (1979, 1982, 1984, 1996 y 2000) sugieren que aquellas afirmaciones se maticen y se realicen con una mayor prudencia. Estos autores investigan, discuten y afirman que los razonamientos de los seres humanos son mucho más complejos que los que propone el egoísmo maximizador, que existen diferentes procesos cognitivos que utilizamos en los cálculos de las transacciones económicas y que, como hemos visto, existe una aversión a las pérdidas caracterizadora de nuestra manera de pensar. Se trata de procesos cognitivos que influyen nuestras decisiones, haciendo que seamos menos libres y racionales de lo que supusieron los economistas clásicos. Entre las razones argumentas y, además, porque existen predisposiciones emocionales: "Tener una predisposición emocional a dejar a un lado el egoísmo sólo es una ventaja cuando otros pueden percibirlo. Si estas predisposiciones pudieran observarse sin costos ni incertidumbre, en el mundo sólo habría personas colaboradoras" (Frank, 1992:254)
Desde la investigación psicológica se ha puesto de manifiesto la existencia de serias limitaciones cognitivas que contradicen muchas de las predicciones del modelo convencional de la elección racional (Tversky y Kahneman, 1974; Thaler, 1980, Tversky y Kahneman, 1981; Thaler, 1985; Gilovich, 1991). Tal es el caso de la psicología de la percepción, desde la que se ha comprobado que el cambio, poco perceptible, de un estímulo es proporcional a su nivel perceptivo inicial. O la regla heurística -reglas prácticas fruto de nuestras experiencias que utilizamos para valorar los factores de decisión- de la representatividad, por la cual las personas estiman la probabilidad de que un producto pertenezca a una gama específica en función de lo representativo que sea de esa misma gama. O la gran influencia que la asignación inicial de recursos y el contexto social ejercen sobre nuestras decisiones económicas. Así, por ejemplo, en un contexto social en el que no tenemos ni televisión ni radio, o ni chuletas ni hamburguesas, nos tiene sin cuidado lo que se nos ofrezca: sea una televisión o una radio, sean chuletas o hamburguesas. No obstante cuando se nos asigna el recurso correspondiente a una de las opciones (por ejemplo televisión y hamburguesas) desde la psicología cognitiva se ha demostrado que la mayoría de las personas tienden a quedarse y acomodarse con esta opción, aún cuando tenga la posibilidad y la libertad de intercambiar y hacerlo decidiéndose por las otras (radio y chuletas).
Este tipo de experimentos nos retrotraen al pasado, a las reflexiones de Gabriel Tarde y George Simmel, por ejemplo y entre otros, pero también nos indican una posible evolución que de consolidarse y extenderse puede convertirse en una bomba retardada para los enfoques económicos que han dominado en las últimas décadas. Esta evolución parte del indicio, reiteradamente puesto a prueba experimentalmente, de que el modelo de la elección racional predice mucho peor las decisiones reales que aquellos que tienen bien presentes los procesos cognitivos que las anteceden. Lo que ocurre es que desde la perspectiva clásica o tradicional se imponen axiomas y supuestos no comprobados desde los que se establecen ciertas regularidades previas a las que las personas deben acomodarse. En consecuencia, las decisiones económicas están estrechamente relacionadas con las normas y pautas vigentes en un contexto específico y el momento en que se toman. No dependen, por tanto, de nuestra libertad para elegir sino de las reglas, normas y heurísticos que anteceden a nuestras decisiones. Para salvaguardar la libertad de las personas (condición reiteradamente aireada por los modelos económicos dominantes) es fundamental considerar el contexto social y las reglas con las que se organizan las transacciones económicas, la propiedad, el mercado y el consumo.
En este punto las investigaciones de Kahneman, Tversky y Thaler se asemejan y confluyen con las reflexiones de Amartya Sen. Lo hacen en un aspecto de especial significado: existen políticas económicas del bienestar y otras que se orientan a la satisfacción de las preferencias y/o demandas de los consumidores. No son iguales, ni ofrecen resultados similares y dependen, muy estrechamente, del contexto social e histórico. Cuando, por ejemplo, se implantan políticas económicas de libre mercado en contextos de extrema pobreza respetando las preferencias de las personas y no su bienestar, se contribuye a perpetuar la miseria, ya que estas preferencias vienen condicionadas por las reglas legales, sociales y económicas establecidas con antelación por el mismo modelo que se está imponiendo. Por otra parte, en otras muchas ocasiones, tienden a fortalecer los juicios y las reglas predominantes en el contexto de partida. En contextos, ricos o pobres, en los que predomine la marginación de la mujer, la discriminación racial o el trabajo de los niños, por ejemplo, las políticas de libre mercado tenderán a reproducir, y no a impedir, lo que en ese contexto social parece natural y conveniente. Entre otras razones, porque las empresas, casi siempre en perfecta consonancia con su medio económico y social, previniendo las reacciones de sus clientes -componentes activos de ese medio social- no contratarán mujeres, ni personas de las etnias discriminadas y sí lo harán recurriendo a los niños y niñas. Lo uno y lo otro puede ser inaceptable, incluso ilegal, en otros contextos sociales y no lo será en el que se establece.
RESUMIENDO Y SINTETIZANDO
Teniendo en cuenta los resultados de este grupo de investigaciones, y que están a la base de la concesión del Premio Nobel de Economía a Vernon Smith y David Kahneman, se puede afirmar lo siguiente.
1. En primer lugar, se pone entredicho, o cuanto menos se atenúa, el supuesto de un homo economicus egoísta y maximizador, con lo que las explicaciones de las conductas económicas reales se han de hacer desde perspectivas más complejas, evitando el, en ocasiones, simplismo con las que han sido abordadas desde el modelo dominante.
2. En segundo lugar, la asignación de los recursos iniciales influyen y moldean los juicios y valores de las personas y, también, sus preferencias, generando los estados referenciales específicos en/desde los que se manifiestan las actitudes y las conductas económicas.
3. Y, en tercer lugar, tales conclusiones deberían impulsar la reflexión y los debates sociales y científicos acerca de las normas legales y los valores prevalecientes en contextos sociales determinados.
Esto se está haciendo desde la perspectiva de la psicología económica y del consumidor desde hace ya algunos años. En 1977 se constituyó la Asociación Internacional para la Investigación en Psicología Económica (IAREP: International Association for Research in Economic Psychology). Se trata de una organización científica de carácter no lucrativo cuya principal finalidad es la investigación y desarrollo internacional de la psicología económica, que cuenta con cuatrocientos miembros activos, en su mayoría profesores universitarios pertenecientes a veintiséis países diferentes. Además de promover la publicación de una revista científica (Journal of Economic Psychology) viene realizando una Conferencia Internacional de periodicidad anual en la que se someten a debate los resultados de la investigación científica en este campo (Quintanilla, 1997).
Por otra parte, también esta línea de pensamiento nos impulsa a reflexionar sobre muchos de los aspectos y tareas que configuran la intervención en psicología del trabajo y de las organizaciones. Muy en particular en lo que se refiere a la actual tendencia hacia la gestión de la complejidad y de la incertidumbre, las empresas y las personas y lo que se va conociendo con los rótulos de gestión de conocimiento y capital Humano. Todo ello está en estrecha consonancia con lo que he venido describiendo en estas líneas. En realidad, un directivo -incluso, la mayor parte de los empleados- debe estar preparado para tomar decisiones económicas con recursos, generalmente escasos, en situaciones de incertidumbre. La solución a la potencial dificultad de tales decisiones se encuentra en las personas, más específicamente en los conocimientos de las personas.
Lo que ocurre es que el conocimiento no se descubre, se construye. Es construcción del pasado que se proyecta hacia el futuro, resultado de la acumulación de saberes que nuestros antepasados fueron erigiendo (Quintanilla, 2002b). Y. efectivamente, las investigaciones de Smith y Kahneman forman parte de este maravilloso proceso que encadenada y solapadamente va constituyendo la historia del saber humano universal. Habrá que tenerlas bien presentes tomando conciencia y yendo más allá de simple anécdota de la concesión del Premio Nobel a un psicólogo. Como se ha podido comprobar no es cosa nueva, sí lo es cuando lo que se viene señalando desde hace ya mucho tiempo, tanto por psicólogos como por economistas, recibe un respaldo público de gran trascendencia. Ahora, para muchos, la colaboración interdisciplinar se convierte en una necesidad científica proclive al análisis de un mismo fenómeno social desde perspectivas diversas y complementarias. Y es que, en definitiva, procesos complejos -y las acciones económicas los son-, rehuyen la simpleza y requieren múltiples y originales abordajes.
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