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PAPELES DEL PSICÓLOGO
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Papeles del Psicólogo, 1997. Vol. (67).




EVALUACIÓN AMBIENTAL Y PSICOLOGÍA

Ricardo García Mira

Departamento de Psicoloxía, Universidad da Coruña.

La evaluación, concepto hartamente utilizado a lo largo de las dos últimas décadas, y que ha estado, podríamos decir, "de moda" en todos los órdenes científicos y profesionales, ha disfrutado también de una importancia primordial en el ámbito medioambiental desde una perspectiva psicológica.

Esta importancia otorgada a lo que en ese ámbito se ha denominado evaluación ambiental se deriva, por una parte, del reconocimiento de la influencia recíproca entre el entorno y nuestro comportamiento y, por otra, de la necesidad de aumentar nuestro conocimiento sobre las reglas que rigen las relaciones entre ambos, es decir, conocer más sobre cómo opera el sistema de transacciones que tienen lugar entre los individuos y el ambiente. Con esto se nos plantea la labor de valorar, apreciar, interpretar, describir y cuantificar los efectos en uno u otro sentido de esta relación, para lo cual nos hemos venido sirviendo de procedimientos y técnicas muy diversas más o menos estandarizadas o programadas.

Los distintos procedimientos empleados en la evaluación ambiental han constituído, en definitiva, intentos de alcanzar una mayor fiabilidad y precisión en las observaciones, tratando de alcanzar la máxima objetividad en los procesos.

La evaluación ambiental se ha convertido, en definitiva, en el método de la Psicología Ambiental y debe ser conceptualizada dentro de este marco, que constituye la línea de investigación en la que se desenvuelve. Al reconocer la importancia de considerar tanto los aspectos físicos como los sociales del ambiente evaluados objetivamente, así como la percepción subjetiva que constituye la forma en que los individuos lo vivencian, se plasma la necesidad de operativizar ese ambiente, poniendo especial cuidado en la selección de las variables que han de evaluarse en el marco de un escenario ambiental particular.

Lo cierto es que las investigaciones sobre evaluación ambiental han estado clásicamente orientadas, por una parte, al estudio de las actitudes de las personas hacia el entorno que les rodea, lo cual permite describir y predecir cómo los atributos de los lugares se relacionan con una variada gama de respuestas cognitivas, afectivas y comportamentales de las personas y, por otra, la evaluación ambiental se ha orientado al estudio de las preferencias individuales respecto a cómo le gustaría a la gente que fuera el entorno.

El objetivo final consiste en descubrir los factores que dan lugar a la evaluación que se realiza, o, lo que es lo mismo, los factores en base a los que los individuos mantienen determinadas actitudes ante el entorno o establecen sus preferencias respecto a determinadas características del mismo.

En este paradigma, la evaluación ambiental ha jugado un importante papel al plantear la utilización de observadores para obtener juicios subjetivos sobre el ambiente. Las evaluaciones así realizadas que utilizan al ser humano como instrumento de evaluación, han servido como extraordinario complemento de las evaluaciones de carácter técnico que utilizan criterios fundamentalmente tecnológicos o económicos. La importancia de considerar la perspectiva del usuario en los estudios de evaluación ambiental ya ha sido destacada en otro lugar, por ejemplo en estudios sobre evaluación de la calidad ambiental (Real et al., 1996).

Tres han sido los tipos de evaluaciones ambientales subjetivas que han centrado la atención de la investigación: a) evaluaciones físicas ; b) evaluaciones sociales ; y c) evaluaciones sociofísicas.

Evaluaciones físicas

Las evaluaciones físicas han centrado el interés de los investigadores en los siguientes temas: evaluación de la calidad percibida de edificios (ej. los estudios clásicos de Küller, 1972; o el de Canter, 1975, y más recientemente Rodríguez et al., 1997-en prensa), evaluación de paisajes (ej. Uzzell, 1989, o Real, 1994), evaluación de ambientes de recreo (ej. Jones & Uzzell, 1996), evaluación de la calidad del aire (ej. M. Barker, 1976), del agua (ej. Coughlin, 1976), y evaluación del ruído (ej. Moral y Gómez-Jacinto, 1996).

Un marco de creciente interés en este tipo de evaluaciones ha sido el de la evaluación del diseño ambiental (Robinson, 1990; Zimring, 1990; Oseland y Donald, 1993; Pol et al, 1996).

En este terreno han coincidido con el interés de otras disciplinas, principalmente la Arquitectura.

El alto nivel de participación de arquitectos y psicólogos sociales en el seno de la IAPS (International Association for People-Environment Studies-Asociación Internacional de Estudios Persona-Ambiente), constituye otra prueba del interés común entre las aportaciones de ambas disciplinas a la investigación de estas dos ideas centrales: diseño físico y conducta humana.

Evaluaciones sociales

Respecto a las evaluaciones sociales, éstas han estado orientadas al estudio del clima interpersonal en las organizaciones e instituciones públicas y de la calidad percibida de ambientes institucionales (ej. Ladd, 1976). Dentro del contexto aplicado, Canter y Craik (1981) señalan, por ejemplo, el papel de la estructura organizacional en la utilización del espacio en ambientes relacionados con servicios públicos y la importancia de éste para la evaluación ambiental del papel social que juega una persona en esos ambientes. Asímismo, mencionan algunos estudios en los que se demuestran las grandes diferencias que existen en los conceptos de diferentes grupos de personas dentro del mismo escenario, por ejemplo a la hora de enfrentarse a emergencias provocadas por fuego, temas que tienen una importante implicación política para la seguridad pública.

Evaluaciones sociofísicas

Por último, en las evaluaciones sociofísicas la investigación se ha centrado en la calidad del vecindario y del barrio (ej. Carp y Carp, 1982b; Hernández, 1983; García-Mira et al, 1996, 1997-en prensa), la satisfacción residencial (ej. Marans, 1976; Miller et al, 1980 ; Weidemann et al., 1982; Canter y Rees, 1982, Aragonés y Amérigo, 1987; Amérigo y Aragonés, 1990; Hernández et al, 1992), o el impacto de intervenciones ambientales de tipo tecnológico o social en la Comunidad (Valera, 1995). Igualmente, otro campo que ha producido un volumen importante de investigación ha sido la evaluación del impacto del entorno sobre la salud, y concretamente de la salud mental. Smith (1980), estudiando los efectos del barrio sobre la salud mental, analiza las características estructurales de los barrios estableciendo una división entre características físicas y sociales, y llega a la conclusión de que las primeras (físicas) son menos importantes que las segundas (sociales), aunque los resultados entre los distintos autores respecto a este tema son contradictorios. Probablemente sea prudente tener en cuenta que el término enfermedad mental, siguiendo a Hernández (1987) está condicionado socialmente y abarca un espectro amplio de fenómenos, por lo que con frecuencia los investigadores no hablan de lo mismo.

En definitiva, si tuviéramos que establecer una característica distintiva que permita situar la evaluación ambiental dentro del campo de la psicología ambiental, podríamos decir que con la evaluación ambiental se pretende mejorar el entorno sociofísico, e informar de aquellas transacciones entre el ser humano y su ambiente que deberían potenciarse por cuanto son favorecedoras de un nivel más adecuado de optimización y de ajuste entre el comportamiento del individuo y su ambiente. Ambiente, en el que el individuo se considera como una parte activa dentro del escenario ambiental que se evalúa y no meramente sujeto pasivo que somete su actuación y su experiencia a las influencias de su entorno. Hay una consideración del funcionamiento de esta interrelación dentro de un sistema holístico de múltiples influencias procedentes del individuo o de su entorno, o de otros individuos u entornos.

Por último, es necesario señalar que lo que le interesa a la evaluación ambiental no es tanto evaluar el deterioro del entorno en general, sino el nivel de deterioro ambiental al que las personas están expuestas y los posibles efectos negativos que esta exposición pueda producir sobre su comportamiento y su repercusión sobre la calidad del ambiente.

La evaluación ambiental urbana

El desarrollo urbanístico que ha venido inspirado por el impulso modernizador que caracterizó la gestión de las ciudades durante los últimos veinte años no ha ido siempre acompañado de un modelo que respondiese a los crecientes problemas y demandas ambientales que ha traido consigo la vida de cientos de miles de personas en la ciudad. Así, la progresiva pérdida de espacios naturales, la contaminación atmosférica, el aumento de ruido, la concentración urbana, la eliminación de residuos son, entre otras, características de la forma en que el medio urbano se ve afectado con la consiguiente pérdida de calidad para el medio ambiente y, en definitiva, para la ciudad y sus habitantes.

Los psicólogos ambientales han abordado todos estos temas analizando sus relaciones con la conducta humana, a pesar de que, en términos generales, analizar cómo el individuo percibe y vivencia la vida en la ciudad no es una tarea, en principio, fácil.

Desde este punto de vista, la investigación ha estado centrada principalmente en: 1) el estudio de los aspectos característicos de las relaciones entre el ambiente y el comportamiento humano, centrados en la percepción y comprensión del medio ambiente urbano; 2) la descripción de las dimensiones explicativas de las relaciones hombre-entorno, y 3) la selección de las técnicas metodológicas adecuadas para la obtención de esas dimensiones.

Los ciudadanos, por su parte, sensibles a la pérdida de calidad en sus ciudades, han hecho que la preocupación por el restablecimiento de pautas de calidad en este entorno adquiera crucial importancia, preocupación que ha sido recogida por una amplia gama de profesionales y disciplinas que han contribuido a plantear las siguientes necesidades: a) el estudio y la investigación tendentes a evaluar esas relaciones con el entorno, b) la evaluación de impacto social de modificaciones ambientales o de creación de entornos nuevos, y c) la política de participación en el diseño ambiental.

La importancia de tener en cuenta los cambios que puedan producirse, en definitiva, en las conductas sociales de los ciudadanos como consecuencia de la intervención en una zona urbana determinada, está plenamente justificada, y constituye un elemento clave para entender los criterios de satisfacción y de calidad ambiental que proporciona una determinada zona de la ciudad. Sin embargo, a decir verdad, son pocas las ocasiones en las que, como consecuencia de una evaluación determinada, los ciudadanos consiguen introducir modificaciones en planes de desarrollo o en proyectos de intervención.

Esto puede deberse a varias causas entre las que podemos mencionar: a) la ausencia de cauces de participación adecuados, b) la poca capacidad decisoria por parte de los interlocutores, y c) la ausencia de formación en materia de diseño urbanístico (factor educativo) por parte de los usuarios, y d) la existencia de relaciones coste-beneficio desventajosas (desde el punto de vista de los impulsores del proyecto), punto éste que sigue siendo un criterio dominante en la toma de decisiones y que, desde luego, no ha favorecido la promoción de la evaluación y/o la participación de usuarios.

Corregir estas cuestiones debería proporcionar la ayuda suficiente para modular las relaciones entre los gestores y responsables políticos con los usuarios o grupos de usuarios, con el fin de establecer criterios de gestión orientados al bienestar general. Al mismo tiempo, la participación, en lugar de aparecer como un instrumento de descentralización del poder y promoción de autodeterminación en la planificación ambiental, se mostraría como un instrumento de gestión urbana (Uzzell, 1988).

Referencias

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