Psychologist Papers is a scientific-professional journal, whose purpose is to publish reviews, meta-analyzes, solutions, discoveries, guides, experiences and useful methods to address problems and issues arising in professional practice in any area of the Psychology. It is also provided as a forum for contrasting opinions and encouraging debate on controversial approaches or issues.
Papeles del Psicólogo, 2000. Vol. (77).
Emiliano Martín González
Psicólogo. Subdirector General del Plan Nacional sobre Drogas
El artículo analiza la evolución histórica del fenómeno de las drogas en nuestro país durante los últimos veinticinco años, describe la situación actual y se apuntan las perspectivas que abre la nueva Estrategia Nacional sobre Drogas en los próximos ocho años. En este recorrido se tienen en cuenta tres dimensiones básicas: las tendencias de los consumos y sus patrones de uso, la secuencia de la respuesta institucional y el papel desempeñado por la psicología ante esta problemática. Finalmente, se enuncian una serie de propuestas sobre los esfuerzos que deben realizar los psicólogos para adaptarse a las nuevas transformaciones y a los nuevos retos que plantean las drogodependencias.
An analysis of the historical development of the drug phenomenon in the last 25 years in Spain is presented. The article depicts the current state of the art and points out the future pathways open by the new National Drugs Strategy for the next eight years. Three basic topics are stressed: a) drug taking trends and patterns of use, b) institutional response and c) role of Psychology face to the drug phenomenon. Finally, a series of proposals are stated in relation to the efforts to be performed by the psychologists to adapt themselves to the new schemes and challenges posed by drug addiction.
Las drogodependencias constituyen indudablemente uno de los principales problemas que afectan a la sociedad moderna y repercuten, de uno u otro modo, en todos los países, tanto los más avanzados como los que se encuentran en vías de desarrollo, y en todos los grupos y niveles sociales. El fenómeno tiene además múltiples manifestaciones tanto en el orden individual como en el familiar y social. De igual modo, las consecuencias de su uso son muy variadas: económicas, políticas, jurídicas, sanitarias y también, por supuesto, psicológicas y sociales. Esto explica la extensión de su impacto, su constante presencia en los medios de comunicación y su ubicación entre los primeros temas que más preocupan a nuestros ciudadanos.
Las características del fenómeno en España son, globalmente consideradas, muy similares a las de los países de nuestro entorno. Sin embargo, su génesis y posterior evolución, poseen algunas peculiaridades que guardan cierta correspondencia con los importantes acontecimientos históricos y las transformaciones sociales sufridos por nuestro país en su etapa más reciente. Y esto es así en referencia no sólo a la evolución de los consumos de drogas y sus consecuencias sino también a las respuestas institucionales y sociales que se han articulado durante los últimos años.
De aquí la conveniencia de realizar una breve revisión histórica de los principales hitos que configuran la manifestación actual del problema de las drogas en España. Este ejercicio nos facilitará además la comprensión de los procesos subyacentes a muchas de las cuestiones que suscita el papel desempeñado por la psicología en el abordaje de las drogodependencias. Un episodio que, sin lugar a dudas, ha representado y representa aún hoy un campo abonado para la expansión profesional y la profundización conceptual y metodológica de muchos psicólogos de nuestro país.
Finalmente, nos detendremos en las perspectivas que se abren para los psicólogos en este ámbito de intervención, fundamentalmente desde las oportunidades que ofrece la "Estrategia Nacional sobre Drogas", recientemente aprobada.
Evolución histórica del consumo y de las respuestas al problema
La primera constatación que cabe hacer sobre el análisis de la evolución histórica de la problemática de las drogas, es que parece razonable ceñirse a un período muy breve pues se trata de un fenómeno relativamente reciente, al menos tal y como lo concebimos hoy con unas características inequívocamente consumistas que afecta a grandes colectivos sociales. En efecto, aunque, como numerosos autores han evidenciado (Freixa, 1981; Escohotado, 1994), la historia de las drogas es tan antigua como la historia del hombre, hasta hace siglo y medio aproximadamente, las drogas eran usadas con fines mágicos, religiosos y médicos. De hecho, muchas de las sustancias utilizadas actualmente y, sobre todo, los patrones de consumo y las expectativas con las que se usan, corresponden a fenómenos más cercanos. Como datos concretos, podemos referenciar la aparición de la mayoría de las sustancias de abuso actuales: la cocaína se aísla en 1860, la heroína se sintetiza en 1898 y el MDMA -conocida como "éxtasis"- en 1912. Además, durante años, sus consumos se limitan a grupos minoritarios o, de forma más importante, su uso se circunscribe en torno a grandes conflictos bélicos -las anfetaminas en la II Guerra Mundial, la heroína en la guerra del Vietnam, etc.- La etapa más conflictiva comienza en la década de los sesenta con una expansión ligada a corrientes culturales relacionadas con la música rock, la cultura hippie, la filosofía oriental y las drogas psicodélicas.
En el caso específico de nuestro país, tal y como exponíamos anteriormente, la evolución mantiene un cierto paralelismo con la de otros países de nuestro entorno, pero siempre con un notable retraso y unas características propias consecuencia de nuestro aislamiento político y sociocultural de aquellos años. Así, hasta la década de los sesenta, "los tres fenómenos más típicamente españoles, aparte del alcohol y el tabaco, se situaban en el consumo generalizado de anfetaminas -"la española", como se llamaba en el resto de Europa-, la presencia de cánnabis en forma de grifa, en ambientes delincuenciales marginales, y un importante número de morfinómanos más o menos tolerados e institucionalizados" (Comas, 1997).
Para buscar los orígenes de la situación actual en nuestro país hay que remontarse, por lo tanto, a mediados de la década de los setenta. Unos escasos veinticinco años que han configurado un fenómeno realmente excepcional, una pandemia que ha afectado a miles de personas, la mayoría jóvenes, pero que también ha permitido acumular un acervo de conocimientos sanitarios y sociales, respuestas institucionales, avances científicos y profesionales de muy difícil síntesis narrativa. Para ordenar este acúmulo de datos y acontecimientos utilizaremos, en función de nuestro objeto de estudio, una clasificación por etapas tan arbitraria como cualquier otra de las que han sido aplicadas hasta ahora. Pero, más importante que discutir en dónde trazaremos el límite, es comprender en toda su dimensión el significado de estos procesos. En esta tarea resulta muy útil recurrir al concepto de "crisis de drogas" entendido como una "transformación radical en la forma en que ciertas drogas psicoactivas son usadas, distribuidas y percibidas en una sociedad determinada" (Gamella y Álvarez, 1997). Para estos autores, una crisis de drogas viene definida por cuatro procesos interrelacionados: la rápida expansión de formas de consumo de ciertas drogas, la generación de una intensa alarma social, el crecimiento de una nueva economía que genera un salto en la disponibilidad de estas sustancias y los problemas de salud pública que se derivan de estos consumos. Y añade dos ideas que resultan imprescindibles para entender estos hechos:1ª) que "las crisis se delimitan, definen y consolidan cuando su institucionalización se hace evidente porque se promulgan leyes o se crean organismos específicos para combatirlas o remediar el desorden" y 2ª) que el abuso de drogas "tiende a construirse en forma de epidemias o ciclos, con claros ascensos y descensos, y no de forma gradual o constante, algo que tiene obvias razones demográficas, culturales y económicas".
Las principales etapas que han ido conformando el fenómeno en nuestro país serían las siguientes:
1ª) Configuración del problema (1975-85). Engloba el período comprendido entre la expansión masiva de drogas ilegales en nuestro país y la aprobación del Plan Nacional sobre Drogas. Aunque no conviene olvidar que algunos años antes, a finales de los sesenta, se había producido un incremento importante de los consumos de alcohol que tendrá graves consecuencias posteriores. Sin embargo, y sin lugar a dudas, se trata de una etapa caracterizada por la expansión de la heroína y la importante demanda asistencial que generó su consumo en la primera mitad de los ochenta.
Puede afirmarse que este fenómeno sorprendió a la sociedad española que, durante algunos años, permaneció inerme ante un problema que se iba extendiendo y consolidando en un contexto sociocultural muy delicado como fue nuestro proceso de transición democrática. De hecho, en las motivaciones de muchos consumidores de opiáceos subyacían actitudes de carácter contracultural e ideológico relacionadas con un fenómeno de la época denominado "pasotismo", expresión que recogía muy gráficamente determinadas posiciones de desencanto, insatisfacción y un cierto nihilismo en determinados sectores juveniles.
La respuesta institucional en este período fue mínima. En su comienzo, los únicos servicios existentes eran los Dispensarios Antialcohólicos que tuvieron un cierto valor como referentes de los posteriores centros de tratamiento ambulatorio sobre drogas. El hecho más relevante, por lo que representaba de novedoso, fue la aprobación del Decreto 3032/1978 de 15 de diciembre sobre la creación de una Comisión Interministerial para el estudio de los problemas derivados del consumo de drogas.
Pero la oferta asistencial a los afectados que demandaban ayuda -de modo angustioso en ocasiones- era muy escasa. Los primeros recursos recursos existentes procedieron de la iniciativa social -ligada en muchos casos a las asociaciones de familiares- que ya comenzaba a organizarse. Posteriormente, surgieron los primeros programas locales, promovidos por algunos grandes ayuntamientos, diputaciones y las propias Comunidades Autónomas. La mayoría de estos recursos fueron al comienzo las denominadas "granjas", que eran comunidades terapéuticas concebidas como dispositivos terapéuticos únicos, autosuficientes y situados en el medio rural, es decir, aislados de la realidad cotidiana de los drogodependientes. Sin embargo, en algunas grandes ciudades comienzan también a surgir los centros ambulatorios.
Un dato relevante para los psicólogos es la puesta en marcha de los primeros programas de formación de profesionales. Concretamente, ya en 1984, la Delegación de Madrid obtiene financiación de la Dirección General de Acción Social para formar a psicólogos en materia de drogodependencias.
2ª) Articulación de la respuesta institucional (1985-1990). Con toda seguridad, el acontecimiento más trascendente en materia de drogas en nuestro país lo constituye la aprobación del Plan Nacional sobre Drogas el 24 de julio de 1985. Esto significó básicamente la existencia de un plan global de intervención frente a las drogas articulado desde un consenso institucional, social y político y donde confluyen todas las Administraciones Públicas del Estado. Las consecuencias prácticas no se hicieron esperar: se establecen dotaciones presupuestarias específicamente dedicadas a la atención a los problemas de las drogas; se crea la Delegación del Gobierno para el Plan Nacional sobre Drogas como órgano dotado de las competencias necesarias para desarrollar los acuerdos del Grupo Interministerial y comienza la puesta en marcha de unas estructuras efectivas de coordinación y planificación autonómica, los denominados Planes Autonómicos sobre Drogas.
Estos cinco años representan una absoluta convulsión para las políticas de drogas en nuestro país. La creación de los planes sobre drogas conllevan la creación de un modelo de respuesta institucional basada en la coordinación de políticas globales que articulan redes de atención amplias, diversificadas y profesionalizadas; potencian un entramado de asociaciones sociales y posibilitan una gran incorporación de profesionales de muy diferentes disciplinas. Quizás el hecho más destacado sea la eclosión de centros asistenciales, mayoritariamente ambulatorios -en 1990 existían ya 403- y comunidades terapéuticas -había 120 en ese mismo año- (Memoria PNSD, 1990). Más limitados eran los programas de reinserción social y de prevención primaria. Estos últimos, a excepción de algunos programas bien planificados y evaluados, adolecían de importantes déficits conceptuales y metodológicos. Sin embargo, sí se llevan a cabo un gran número de experiencias y se elaboran cuantiosos materiales.
Para los psicólogos significó una ocasión excepcional de promoción de empleo y una oportunidad de aplicar en numerosos ámbitos - clínico, planificación, gestión, prevención...- sus aportaciones profesionales pues, la inmensa mayoría de los servicios asistenciales incorporaron esta figura entre los componentes de su equipo interdisciplinar.
Como dato anecdótico, en 1986 aparece el primer monográfico sobre drogas en la revista "Papeles del Colegio. Psicólogos" con el título: "El psicólogo ante un nuevo reto social: las drogodependencias".
3ª) La década de los grandes cambios (1990-1999). Durante estos diez años el fenómeno de las drogas sufre sus mayores transformaciones. No sólo en los consumos más frecuentes sino también en su conceptualización y en la naturaleza de las políticas adoptadas por la Administración Pública. Los noventa configuran un escenario más diverso y, sin duda, más complejo que el existente en la década anterior.
En primer lugar, el cambio más notable lo representa la estabilización y posterior descenso del consumo de heroína. Hasta ahora había sido la droga emblemática hacia la que se habían dirigido la mayoría de los esfuerzos. Esto era así porque todos los indicadores que se manejaban - mortalidad, admisiones a tratamiento por esta sustancia, casos de sida en usuarios de droga por vía parenteral (UDVP)...- se habían ido manteniendo en una línea ascendente durante la etapa anterior. A ello se unía las graves consecuencias sanitarias y la extraordinaria alarma social que conllevaron estos consumos.
Sin embargo, nada más comenzar los noventa aparecen los primeros signos esperanzadores: la evolución de las muertes por reacción aguda tras el consumo de opiáceos alcanza su máximo nivel en 1991 con un total de 813 casos, a partir de aquí se inicia una tendencia descendente que aún se mantiene; las admisiones a tratamiento por estas sustancias se estabilizan a partir de 1992 y comienzan su descenso a partir de 1996; los casos de sida en UDVP, que habían estado creciendo muy rápidamente desde 1982 -año en que se realiza el primer diagnóstico en esta población- hasta 1994 en que se alcanza la cifra de 4.526, comienzan también a decrecer de forma significativa.
A pesar de todo ello, la antigüedad en el consumo de muchos UDVP con el consiguiente deterioro personal y numerosas enfermedades asociadas -sida, hepatitis, tuberculosis...- y la incapacidad de las redes creadas para captar a un número importante de adictos, justifica sobradamente los notables cambios producidos en cuanto al enfoque asistencial. Así surge el gran desarrollo de los programas y recursos de Reducción de Daños y Riesgos (metadona, LAAM, intercambio de jeringuillas, centros de emergencia, participación de las oficinas de farmacia, unidades móviles...). El impulso sufrido por estos programas ha sido realmente vertiginoso, aunque, entre ellos, el más evidente es el crecimiento de los Programas de Tratamiento con Metadona que pasan de 2.267 usuarios en 1990 a 28.806 en 1995 y alcanzan la cifra de 72.236 registrados en 1999 (Figura 1). Estos hechos, sin embargo, acarrearon durante años problemas de integración en las redes asistenciales, no sólo por la naturaleza de los distintos tipos de programas -libres de drogas y reducción de daños- sino también de los distintos modos de percibir y valorar las prioridades en la intervención terapéutica. Aún hoy, que los programas de Reducción de Daños gozan de una aceptación prácticamente unánime, persisten diferencias conceptuales y operativas.
No obstante, los cambios más profundos en esta década tienen que ver con lo que se ha venido en denominar las nuevas drogas y los nuevos patrones de consumo, lo que muchos autores han valorado como un auténtico cambio de ciclo en las crisis de drogas. Entre las primeras, adquirieron gran relevancia las llamadas drogas de síntesis, que tuvieron una gran expansión en un corto espacio de tiempo - los decomisos pasaron de 22.165 pastillas de éxtasis en 1991 a 739.511 en 1995-. Pero, lo más peculiar de estas sustancias - junto a otras más conocidas como la cocaína o tan tradicionales como el alcohol- es la forma en que son consumidas por determinados sectores juveniles. Se trata de consumos de fin de semana, fuera del ámbito familiar, en espacios o locales públicos y con la casi única motivación de divertirse. En el caso concreto del alcohol existe con frecuencia una búsqueda intencionada de la embriaguez, con cambios en los horarios de salida de los jóvenes y consumos en la vía pública, características que contribuyen a amplificar el fenómeno.
Un aspecto que conviene resaltar es que estos consumos no encierran generalmente posiciones contraculturales o comportamientos marginales como sucedía en el modelo anterior. Comenzábamos a enfrentarnos a nuevas modas, nuevas formas de estar en sociedad, que afectan a grupos importantes de jóvenes relativamente normalizados en otras esferas de la vida (Calafat et al, 2000). Ante esto, las viejas estrategias resultan a todas luces insuficientes. De aquí que, en la segunda parte de la década, comience a hablarse con insistencia de la prevención, de la necesaria implicación de la familia, de la generación de alternativas de ocio, de la aplicación de nuevos métodos terapéuticos, en suma, en una adaptación mediante nuevas políticas a los nuevos diagnósticos. De aquí surge la necesidad de definir una nueva política nacional: la Estrategia Nacional sobre Drogas.
En cualquier caso, es importante destacar que los esfuerzos desplegados en estos años han creado unas bases sólidas capaces de posibilitar un proceso de generalización de la prevención. Al final de este período se están aplicando un importante número de programas bien sistematizados y evaluables y se han producido algunos hechos claves para permitir este desarrollo: a) la introducción en 1990 de la "Educación para la Salud" como asignatura transversal en la educación primaria y secundaria, b) la aprobación por la Comisión Interautonómica en 1996 de los "Criterios básicos de intervención en los programas de prevención de drogodependencias" y c) la publicación de importantes documentos teóricos e instrumentales para facilitar la implantación de programas de prevención.
4ª) La Estrategia Nacional sobre Drogas 2000-2008. La Estrategia comienza afirmando que, "el Plan Nacional sobre Drogas, fruto del consenso y la voluntad política en 1985, tras casi 15 años de vigencia y permanente actualización, necesita adecuarse a la realidad actual del fenómeno de las drogas así como adelantarse a previsibles cambios en el fenómeno de las drogodependencias. Por ello se ha planteado la necesidad de redefinir el Plan Nacional sobre Drogas adaptándolo a un nuevo modelo coherente con la realidad de los consumos de drogas y sus consecuencias" (Plan Nacional Sobre Drogas, 2000). De aquí que este documento represente en la práctica un nuevo plan que, entre otros muchos objetivos, reúne los de lograr:
1. Un plan participativo e integrador: Se trata de un Plan que está abierto a la participación del conjunto de las Administraciones Públicas, instituciones y sectores de la sociedad interesados por los problemas de las drogas y que integra la totalidad de las estrategias necesarias para enfrentarse a este fenómeno: desde la prevención, rehabilitación e inserción de los afectados hasta el control de la oferta de drogas.
2. Un plan global: El nuevo Plan Nacional sobre Drogas aborda el fenómeno de las drogas desde una perspectiva global, lo que supone incorporar todas las sustancias que puedan ser objeto de uso y abuso, con especial atención al alcohol y al tabaco.
3. Generalización de la prevención escolar: El Plan prioriza la prevención como la estrategia más importante para enfrentarse al problema de las drogas y tiene muy en cuenta los consumos de carácter recreativo de fin de semana.
Propone una prevención basada fundamentalmente en la educación y en la utilización saludable del ocio por los jóvenes. Para ello, se propugna una generalización de los programas preventivos a toda la población escolar, superando las actividades aisladas y puntuales y priorizando los grupos de alto riesgo.
4. Insistencia también en los ámbitos de prevención familiar, comunitaria, laboral y de comunicación social.
5. Normalización de la asistencia a los drogodependientes: Un objetivo fundamental del nuevo Plan Nacional sobre Drogas consiste en normalizar las redes asistenciales a drogodependientes integrándolas de forma coordinada en los Sistemas Públicos de Salud y Servicios Sociales.
Los diferentes recursos que formen parten del denominado Sistema de Asistencia e Integración Social de Drogodependientes, sean públicos o privados, tienen que estar debidamente autorizados y/o acreditados y se deben caracterizar por su profesionalización, interdisciplinariedad y fácil accesibilidad.
Este sistema continuará incidiendo en los programas de reducción de daños e incorporará estrategias para abordar el tratamiento de los problemas relacionados con el alcohol, las nuevas drogas y los nuevos patrones de consumo.
6. Plena cobertura asistencial: Según este nuevo Plan, el Sistema Nacional de Salud garantiza la plena asistencia ambulatoria a los drogodependientes en el ámbito de su Comunidad o Ciudad Autónoma y dentro del área de salud de su residencia.
Igualmente, contempla que cumplidas las necesidades de cobertura universal asistencial, se preste especial atención a las desigualdades y muy especialmente a aquellos colectivos de drogodependientes que no contacten con las redes asistenciales.
7. Integración laboral de los drogodependientes: Se proponen medidas concretas que faciliten a las personas con problemas por el uso de drogas -en proceso terapéutico o no- su incorporación a la sociedad en calidad de miembros activos de la misma.
A estos efectos, los Planes Autonómicos sobre Drogas y los Municipios de más de 20.000 habitantes tendrán programas de formación y empleo normalizados o específicos para drogodependientes. Estos programas se llevarán a cabo en colaboración con las Agencias Públicas de Empleo.
8. Investigación y formación: Se creará el Instituto Nacional de Investigación y Formación sobre Drogas, dependiente de la Delegación del Gobierno para el Plan Nacional sobre Drogas.
Desde este Instituto se promoverá la puesta en marcha y consolidación de equipos estables de investigación y se definirán las áreas de actuación preferente en esta materia.
De igual modo, se velará por la idoneidad y adecuación de los contenidos en la formación tanto de profesionales como del voluntariado. Se contempla una formación organizada en tres niveles: de pregrado, de posgrado universitario y de actualización o reciclaje.
9. Observatorio Español sobre Drogas: El nuevo Plan Nacional sobre Drogas desarrolla las posibilidades del Observatorio Español sobre Drogas impulsando nuevos sistemas de información y evaluación.
Asimismo, se constituirán Observatorios sobre Drogas en la totalidad de las Comunidades Autónomas.
10. Control de la oferta: El control de la oferta ilícita de drogas se potenciará a través de tres ejes fundamentales:
- Adecuación del marco normativo a las actividades de tráfico de drogas y blanqueo de bienes producido por el mismo.
- Coordinación y potenciación de las unidades especializadas de investigación de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.
- Incremento del control del tráfico de drogas a pequeña escala en determinados lugares y épocas del año que registren un especial aumento de esta actividad.
Situación y tendencias actuales del consumo de drogas
Para analizar brevemente la situación y tendencias actuales, recurriremos a los datos de consumo de drogas más recientes disponibles en el Observatorio Español sobre Drogas, a partir fundamentalmente de las encuestas domiciliaria y escolar, pero también recurriremos a la información sobre la percepción social del peligro que generan las diferentes sustancias y a la demanda asistencial que provocan estos consumos. Las prevalencias de consumo, según las dos encuestas más recientes (años 1998 y 1999) se recogen en la Figura 2. A continuación, realizaremos un análisis de la evolución de los consumos de las sustancias más representativas comparando las distintas encuestas que componen las dos series históricas de que dispone el Observatorio Español sobre Drogas (Plan Nacional Sobre Drogas, 1999).
Alcohol
Comparando la evolución de los años 1995,1997 y 1999, para el conjunto de España (población de 15 a 65 años) se han reducido de manera importante las prevalencias de consumo "alguna vez" y "último año". En paralelo se ha incrementado el porcentaje de abstemios y ha crecido ligeramente el consumo "último mes" y "diario". Para 1999 los porcentajes son: 87,1% (alguna vez), 74,7% (último año), 62,7% (último mes) y 13,7% (diario).
En cuanto a la población escolar (14-18 años) y teniendo en cuenta las encuestas de los años 1994, 1996 y 1998, el alcohol es, sin lugar a dudas, la sustancia más consumida. No obstante, las prevalencias para todos los indicadores de consumo se mantuvieron estables en 1998 con respecto a 1996. En 1998, el 84,2% lo ha tomado alguna vez, y un 44% bebe al menos una vez a la semana. Por otra parte, los episodios de consumo abusivo son relativamente frecuentes: el 41% se ha emborrachado alguna vez, y el 23,6% lo ha hecho en el último mes. Los chicos continúan bebiendo mayor cantidad de alcohol que las chicas, pero uno de los fenómenos más novedosos lo constituye el hecho de que éstas lo hacen con mayor frecuencia.
Tabaco
El tabaco es, junto con el alcohol, la sustancia tóxica más consumida por los españoles. Según las últimas encuestas a población general, su consumo permanece estabilizado aunque un gran número de españoles lo ha probado -un 65,1% en 1999- y declaran consumirlo diariamente un 32,9%.
Con todo, los datos más preocupantes se sitúan en la población juvenil. Las actuales generaciones de jóvenes se inician antes en el hábito de fumar y, aunque en valores medios tienen un consumo diario inferior al del conjunto de la población -21,6%-, la prevalencia de consumo es muy superior entre las jóvenes de 14-18 años que superan a los varones en 11 puntos en el consumo "último mes" -33,3% las chicas y 22,7% los chicos-
Cánnabis
En la población de 15 a 65 años, aunque se produjo un ligero repunte entre 1995 y 1997, la situación parece estabilizada en los consumos "último mes" y "diario", dándose incluso, entre 1997 y 1999, un ligero descenso tanto del consumo "alguna vez" como en el "último año". En 1999, un 6,8% de la población declara haberlo consumido en el "último año".
Al igual que en la población general, en la población escolar de 14 a 18 años el cánnabis es, tras el alcohol y el tabaco, la droga más consumida y, desde 1994 hasta 1998, la tendencia de consumo ha sido claramente de incremento. Así, en el indicador "alguna vez" ha pasado del 20,8% en 1994 al 28,5% en 1998, y en el indicador "último año" del 18,1% al 25,1% en las mismas fechas.
Cocaína
El consumo de cocaína en la población general se mantiene prácticamente estable desde 1995 hasta 1999 con una prevalencia en este último año de 1,5% y en el último mes de 0,8%.
En cuanto a la población escolar, ha aumentado el consumo de cocaína de manera relevante. Entre 1994 y 1998, los que declaran haber consumido han pasado del 1,7% al 4,1% en el indicador "último año". Por lo tanto, han aumentado en 2,4 veces tanto éstos como los consumos en el último mes. Este crecimiento ha sido progresivo entre los años 94, 96 y 98.
Drogas de síntesis
En la población general, la evolución del conjunto de indicadores marca una tendencia descendente del consumo de éxtasis desde 1995 (donde se producen los datos más altos) hasta 1999. Para este último año la prevalencia alcanza porcentajes del 0,8% ("último año") y 0,2% ("último mes").
En la población escolar, el consumo de éxtasis, que creció de forma espectacular entre 1994 y 1996, se ha reducido en 1998 hasta situarse por debajo de los niveles que tenía en 1994. El porcentaje de consumo en el "último año" ha pasado del 3% en 1994 al 2,5% en 1998.
Heroína
Como se afirmaba en el apartado anterior, todos los indicadores disponibles apuntan a un descenso del consumo de heroína en todas sus modalidades, tanto en el consumo experimental, como en el ocasional y habitual.
Percepción del riesgo
Desde una perspectiva preventiva atribuimos una gran importancia a esta variable de riesgo percibido ya que, según numerosos estudios científicos (Johnston, 1991), su descenso guarda una relación inversamente proporcional con el incremento de los consumos y a la inversa. Por lo tanto, una de las claves de las políticas de prevención en el futuro inmediato consistirá en neutralizar esa cierta imagen de inocuidad que poseen ciertas sustancias -sobre todo las relacionadas con los denominados consumos recreativos- en determinadas poblaciones y específicamente en ciertos sectores juveniles.
Así, según las últimas encuestas, si bien aproximadamente la mitad de los ciudadanos españoles consideran que el consumo de drogas ilícitas es un problema importante, ha descendido la sensación de alarma que se asociaba a esta conducta. Esto se traduce no sólo en una mayor percepción de riesgo sino también en una mayor dificultad percibida para conseguir las distintas drogas y en una disminución de la visibilidad de ciertos hechos relacionados con esta cuestión -jeringuillas tiradas en el suelo, personas ofreciendo drogas, consumidores tomando sustancias en lugares públicos...- Sin embargo, en la población adolescente de 14-18 años, la evolución temporal de riesgo percibido apunta a un descenso para todas las sustancias, excepto para el consumo ocasional de éxtasis y el consumo de tabaco. Repasemos algunos datos que confirman esta realidad:
En la población general, ha aumentado progresivamente la percepción de los problemas que causa el consumo de drogas (percepción del riesgo) desde 1995 hasta 1999. En ocasiones este incremento ha sido espectacular: consumir éxtasis "alguna vez" ha pasado del 54,9% en 1995 hasta el 73,5% en 1999. Otro tanto ha pasado con la cocaína (63,1% al 79,5%) o con la heroína (72,3% al 85,5%) para el consumo "alguna vez".
En 1999 la conducta considerada de mayor riesgo era el consumo habitual de heroína (91,9% de la población) seguida del consumo habitual de cocaína (88,9%), del consumo esporádico de heroína (85,5%) y del consumo habitual de éxtasis (85,7%).
Por el contrario, en la población escolar, mientras en 1994 el 90,1% consideraba muy problemático el consumo habitual de cocaína, en 1998 el porcentaje era de 86,1%. Igualmente ha descendido del 79,7 en 1994 al 70,5% en 1998, la percepción del riesgo asociado a la conducta consumo habitual de cánnabis. En cuanto al alcohol, la percepción del consumo habitual se ha estabilizado (35,5% en 1994 y 35,3% en 1998).
Droga principal que motiva la solicitud de tratamiento por parte de los usuarios de drogas
Se trata de uno de los indicadores que recoge el Observatorio Español sobre Drogas y se refiere a la población que acude a los centros de tratamiento. A lo largo de los últimos años se constata un progresivo descenso en el número de admisiones a tratamiento por heroína, mientras que aumenta el de admitidos por cocaína y, en menor proporción, por cánnabis.
Así, el número de personas admitidas a tratamiento por heroína por primera vez, ha descendido notablemente en los últimos años. En 1996 representaban el 88,3% de la demanda total, en 1999 decrecen hasta un 73%. Si tenemos en cuenta únicamente los que acuden a pedir ayuda por primera vez, este porcentaje se limita al 53%.
Sin embargo, se confirma un fuerte incremento de las admisiones por consumo de cocaína que crecieron un 187 % en los tres últimos años. Los admitidos a tratamiento por primera vez por esta sustancia representan ya un 31% del total de personas que solicitaron tratamiento por consumo de drogas en toda España. Dos años antes, en 1996, este porcentaje alcanzaba tan sólo el 9%.
Aunque de modo menos intenso, también se va produciendo un incremento en la demanda de tratamiento por cannabis que representa un 5,6% del total de admisiones frente al 3% de 1996. Si tenemos en cuenta únicamente a los que no han tenido tratamiento previo, alcanzamos un 12%. (Figura.3).
El papel desempeñado por los psicólogos
Como ha podido apreciarse en la evolución histórica anterior, "la intervención de la Psicología en Drogodependencias ha tenido un desarrollo paralelo al de la especialización en este ámbito de trabajo" (Colegio Oficial de Psicólogos, 1998). Efectivamente, podría afirmarse que, fruto de una serie de coincidencias y coyunturas, la práctica de la Psicología y la articulación de políticas para enfrentarse a las drogas han recorrido un camino paralelo en nuestro país. Cabría incluso hablar de una cierta simbiosis de la que ambos han extraído importantes beneficios. Los psicólogos accediendo a un campo incipiente, con grandes necesidades y propicio a aceptar planteamientos novedosos, sobre todo en su vertiente psicosocial. El campo de las drogas porque se enriqueció con unos profesionales jóvenes, cargados de ilusiones, con nuevos aportes técnicos y dotados de una gran versatilidad para la intervención.
Estas apreciaciones se constatan perfectamente en el único estudio existente al efecto (Colegio Oficial de Psicólogos, 1993). Por la fecha de realización, refleja perfectamente el estado de situación en la fase de expansión de los servicios tras la puesta en marcha de los Planes Autonómicos y algunos Municipales sobre drogas. Se aplicó un cuestionario a una muestra de 357 de todo el territorio nacional. Entre los datos más significativos podemos destacar:
- La media de edad era joven: La edad de la mayoría de los profesionales (73,9%) oscilaba entre los 26 y los 35 años.
- Los años de experiencia profesional en psicología eran, consiguientemente, limitados: el 57,2% tenía entre 2 y 7 años mientras que el 28,9% sólo tenía entre 2 y 4 años. Si se cruzan estos datos con los años de experiencia laboral en drogodependencias es fácil concluir que un gran número de ellos habían desarrollado toda su vida profesional en este ámbito.
- En los equipos interdisciplinares, el papel del psicólogo era el más representado (90,6%), seguido de los trabajadores sociales (76,1%) y de los médicos (71,3%).
- De igual modo, la dirección o coordinación de los equipos correspondía en primer lugar a psicólogos (53,5%) y, a continuación, a médicos (21,3%).
- Aunque la mayoría de la actividad de los psicólogos era asistencial (72,8%), un porcentaje significativo realizaba tareas de planificación (32,2%) y de gestión (31,9%).
- Finalmente, un aspecto importante es el que hace referencia a la formación. Partiendo del hecho de que el currículum académico no contempla una formación específica en este campo, llama la atención el que un 79% declararan haber asistido a jornadas y congresos sobre este tema, pero que, de todos ellos sólo hubieran participado un 51,5% en otro tipo de formación (cursos, masters, etc.). Exclusivamente un 12% reconocía haber asistido a cursos o masters de 300 horas o más. Esto llevaba a que únicamente un 2,8% atribuyera su capacitación profesional a la formación, frente a un 47,1% que lo hace a la experiencia y un 46,8% a ambas.
Hay que tener en cuenta la antigüedad de estos datos y partir de la sustancial mejora de algunos de estos parámetros, sobre todo por algunos esfuerzos notables en formación como el impulsado por el Colegio Oficial de Psicólogos durante estos años. Sin embargo, parece justificado extraer algunas conclusiones sobre lo que ha significado la incorporación de los psicólogos al ámbito de las drogodependencias:
- En primer lugar, cabe afirmar, como hemos hecho a lo largo de este documento, que la intervención en drogodependencias ha representado durante muchos años un auténtico yacimiento de empleo para muchos profesionales de la psicología. La mayor parte de este ejercicio profesional se ha llevado a cabo en el área de la clínica donde se ha acumulado un innegable bagaje de experiencia y conocimientos.
- De igual modo, este ámbito les ha permitido a los profesionales de la psicología trabajar en equipos interdisciplinares y desarrollar una serie de tareas que no solían desempeñar en este tipo de servicios sociosanitarios -planificación, gestión, coordinación...- No obstante, algunas de las aportaciones más interesantes las han realizado los psicólogos en el campo de la prevención, situándoles entre los profesionales pioneros en la aplicación de estos programas.
- Sin embargo, pueden haber sido la incorporación temprana al puesto de trabajo y la escasez de conocimientos sistematizados sobre este tema las que hayan provocado unos claros déficits en el aspecto formativo que, en parte, continúan arrastrándose.
- Tal vez estos déficits, unidos a la presión asistencial de estos años, estén en la base de la escasa relación existente entre el gran volumen de actividad desarrollada y la poca transferencia de tecnología: no abundan los encuentros profesionales sobre áreas específicas de la intervención psicológica en drogodependencias ni las publicaciones científicas o profesionales. De igual modo, existe muy poca producción conjunta del mundo de los teóricos e investigadores y el campo de la aplicación práctica.
- De la misma forma, el ámbito de las drogodependencias en general y el de la intervención psicológica en particular, han adolecido de una cierta endogamia. Esto ha sido así durante años y se ha evidenciado muy específicamente en el modo de afrontar el tratamiento de los adictos a opiáceos. Algunos profesionales se han acercado al tema como si se tratara de aprender un arte para iniciados, es decir, algo relativamente ajeno a la práctica profesional convencional de un psicólogo. Lo que ha redundado, en ocasiones, en estilos de intervención rígidos, herméticos y escasamente contrastados.
- Todo ello, unido a las nuevas exigencias de las demandas asistenciales y a los avances producidos en el campo de la prevención, ha llevado a muchos psicólogos que trabajan en drogodependencias a abrir un debate en profundidad sobre las numerosas posibilidades que ofrece la psicología ante un fenómeno cada vez más diverso y complejo (Matellanes y Sastre, 1999). Algunas de estas cuestiones clave se recogen a continuación en las nuevas perspectivas de intervención.
Perspectivas de futuro para la intervención psicológica
A lo largo de las páginas anteriores se han ido desglosando las principales necesidades y características que presenta el fenómeno de las drogas en una etapa como ésta de grandes transformaciones. De igual modo, se han recogido los principales retos que suscita la recientemente aprobada "Estrategia Nacional sobre Drogas". A los psicólogos nos corresponde, en colaboración con las instituciones, los restantes profesionales y los agentes sociales, mantener el impulso que se ha generado durante estos últimos veinte años. Sin excluir otras áreas de intervención, subrayaremos algunas concretas por su especificidad o especial sintonía con nuestra práctica profesional:
1ª) En el campo de la prevención existen evidencias científicas que justifican la relevancia del papel del psicólogo en todas sus fases de implementación: la necesidad de anticipar las edades de inicio de los destinatarios de los programas nos remite a la exigencia de un conocimiento en profundidad del desarrollo evolutivo; del mismo modo, la constatación de que la adolescencia constituye una edad crítica y especialmente vulnerable en el inicio de los consumos de drogas; la importancia de la familia y el grupo de iguales en el proceso de socialización y, en consecuencia, sobre las conductas desviadas como el uso inadecuado de drogas; la confirmación de que "los programas preventivos más eficaces son aquellos que entrenan al adolescente en habilidades que le permitan afrontar adecuadamente su vida cotidiana, entre la que se encuentra su relación con las drogas" (Becoña, 1999). Todas ellas son cuestiones que inciden directamente en el bagaje de conocimientos, técnicas e instrumentos de la psicología, por lo que le otorgan un función insustituible.
2ª) Los nuevos perfiles de consumidores contribuyen a ampliar sustancialmente las perspectivas del tratamiento psicológico y a abrir nuevas líneas de trabajo: en el caso de las demandas de tratamiento emergentes como las que plantean los adictos a la cocaína, la agencia nacional norteamericana de investigación en drogas (NIDA, 1998) propugna la utilización de terapia cognitiva-conductual como la más indicada; las demandas generadas por menores que comienzan a experimentar con drogas o por consumidores de drogas recreativas exigen ante todo un abordaje de la problemática ligada a la adolescencia y un trabajo simultáneo con la familia; pero, incluso en el caso de los Programas de Reducción de Daños, se están desarrollando ya programas muy eficaces de modificación de prácticas de riesgo para la transmisión de enfermedades asociadas entre consumidores de drogas, impulsados por psicólogos (Insúa, 1999). Por lo tanto, tanto los nuevos demandantes de tratamiento como los drogodependientes más deficitarios, precisan de una intervención psicológica específica. En el caso de estos últimos se ha dado un paso importante con la dispensación de sustitutivos opiáceos pero a nadie se le escapa la urgencia de elevar la calidad de estos tratamientos con otras ofertas, especialmente en las esferas del apoyo psicológico y de la educación para la salud.
3ª) Uno de los mayores esfuerzos deberían dirigirse a impulsar la investigación en todas las áreas de intervención pero, especialmente, en los aspectos donde existen más potencialidades para los psicólogos. Un ejemplo en este sentido es la investigación sobre el papel de la familia en la prevención de drogodependencias que está realizando el Colegio Oficial de Psicólogos en colaboración con el Plan Nacional sobre Drogas. La próxima creación del Instituto Nacional de Investigación y Formación sobre Drogas contribuirá a abrir nuevos cauces en este sentido.
4ª) Igualmente, el ordenamiento de las acciones de formación en drogodependencias que propone la Estrategia Nacional deben de representar una oportunidad de desarrollo para los profesionales de la psicología. Tanto en lo que se refiere a la formación de pregrado, donde debería integrarse la formación en drogodependencias en el currículum académico, como en la formación de posgrado para facilitar el reciclaje y la actualización de los profesionales que intervienen en el sector.
5ª) Finalmente, en coherencia con todo lo anterior se sitúa la necesidad de promover la transferencia de evaluaciones, metodologías e intervenciones en varias direcciones de modo simultáneo: de la investigación hacia la aplicación práctica; entre los psicólogos de la intervención en drogodependencias y el resto de los perfiles profesionales, y entre los profesionales de la psicología y otros profesionales que intervienen en el ámbito de las drogodependencias.
Bibliografía
Becoña, E. (1999). Bases teóricas que sustentan los programas de prevención de drogas. Madrid: Plan Nacional sobre Drogas.
Calafat, A., Juan, M., Becoña, E., Fernández, C., Gil, E., Palmer, A., Sureda, P. y Torres, M.A. (2000). Salir de marcha y consumo de drogas. Madrid: Plan Nacional sobre Drogas.
Colegio Oficial de Psicólogos (1993). Práctica Profesional de la Psicología en Drogodependencias. Madrid: Colegio Oficial de Psicólogos.
Colegio Oficial de Psicólogos (1998). Perfiles profesionales del psicólogo. Madrid: Colegio Oficial de Psicólogos.
Comas, D. (1997). Sociología de las drogas: las drogas en la sociedad española. En Sirvent, C. y Rodríguez, J.: Drogodependencias: sociología, evaluación, proceso (39-75). Oviedo: Instituto Spiral.
Escohotado, A. (1994). Historia General de las Drogas. Madrid: Alianza.
Freixa, F (1981). Toxicomanías: un enfoque multidisciplinario. Barcelona: Fontanella.
Gamella, J. F. y Álvarez, A. (1997). Drogas de síntesis en España. Patrones y tendencias de adquisición y consumo. Madrid: Plan Nacional sobre Drogas.
Insúa, P. (1999). Manual de educación sanitaria: recursos para diseñar talleres de prevención con usuarios de drogas. Zarautz: Universidad del País Vasco, Plan Nacional sobre Drogas y Plan Nacional sobre Sida.
Johnston, Ll.(1991). Contribuciones de la epidemiología de las drogas al campo de la prevención del abuso de drogas. En CEPS: Estudios sobre intervenciones en prevención del abuso de drogas: aspectos metodológicos (61-82). Madrid: CEPS.
Matellanes, M. y Sastre, E. (1999). Investigación sobre técnicas psicológicas aplicadas en programas de prevención. Madrid: Colegio Oficial de Psicólogos.
NIDA (1998). A Cognitive-Behavioral Approach: Treating Cocaine Addiction. Rockville: U.S. Department of Healtth and Human Services.
Plan Nacional sobre Drogas. Memorias 1990, 1996 y 1999.
Plan Nacional sobre Drogas. (1997). Prevención de las drogodependencias. Análisis y propuestas de actuación. Madrid: Plan Nacional sobre Drogas.
Plan Nacional sobre Drogas. (1999). Informes del Observatorio Español sobre Drogas, nos 1, 2 y 3.
Plan Nacional sobre Drogas. (2000). Estrategia Nacional 2000-2008. Madrid: Plan Nacional sobre Drogas.
Material adicional / Suplementary material
Figura 1. Evolución del Nº de atendidos en centros de metadona.
Figura 2. Prevalencia de consumo de drogas en la población general y en los escolares de 14 a 18 años.
Figura 3. Droga que motiva el tratamiento según la existencia o no de tratamiento previo.