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Papeles del Psicólogo es una revista científico-profesional, cuyo objetivo es publicar revisiones, meta-análisis, soluciones, descubrimientos, guías, experiencias y métodos de utilidad para abordar problemas y cuestiones que surgen en la práctica profesional de cualquier área de la Psicología. Se ofrece también como foro para contrastar opiniones y fomentar el debate sobre enfoques o cuestiones que suscitan controversia.

PAPELES DEL PSICÓLOGO
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Papeles del Psicólogo, 1984. Vol. (15).




PSICOLOGÍA Y CALIDAD DE VIDA EN NUESTRA SOCIEDAD

Enrique Miret Magdalena

Presidente del Consejo Superior de Protección de Menores

Quizá el problema fundamental del el hombre es la ignorancia que tiene de sí mismo. Desde el lema del antiguo frontispicio del templo de Delfos, "gnoti se auton", ha corrido mucha tinta; pero los hombres seguimos desconociendo lo que somos, no hemos hecho caso a ese consejo griego tan necesario: "conócete a ti mismo".

Hegel había observado, sin embargo, que ese conocerse no debía ser una especie de morbosa introspección de uno, sino un conocimiento general de lo que sea el ser humano, tal como lo describe Rousseau: "los hombres no son naturalmente ni reyes, ni grandes, ni cortesanos, ni ricos; todos han nacido desnudos y pobres, todos sujetos a las mismas miserias de la vida, a los pesares, a los males, a la necesidad." Y no nos percatamos de ellos porque "nos ignoramos".

Se trata, por tanto, de conocerse; de saber lo que es el hombre, todo hombre; y no caer en la trampa actual de habernos creído que somos una especie de semidioses. No, somos una caña -como decía Pascal-, pero una caña que piensa; y esa es nuestra única salvación. Es la crítica -el pensamiento que juzga, que critica- lo que hace el mundo (Kevant).

Y tenemos que desarrollar y fomentar este pensar, usando de todas nuestras posibilidades ocultas por la presión social que ha llegado a convertirnos en esclavos de la cantidad, en ciegos robots de los grupos de intereses, que le impiden dar al hombre ese gran salto de la cantidad a la calidad, que preconizaba Engels el siglo pasado. No hemos podido alcanzar tal nivel, tal salto cualitativo, porque la cantidad por la cantidad de la sociedad del consumo por el consumo nos ha engañado, impidiéndonos ser hombres; cuando la máxima que debía conducir nuestra conducta tenía que haber sido siempre esta sencilla expresión: "sé hombre". Desde Píndaro para acá se ha creído que, a pesar de nuestra debilidad, residía en nuestro interior ese núcleo positivo, esas fuerzas constructivas que podían ser nuestra salvación psicológica (Goldstein), y -por tanto- cultural y social. "Llega a ser lo que eres" es el grito que resuena en el poeta clásico, lo mismo que en el Antiguo Testamento (en el Eclesiastés) o en el Renacimiento (Francisco de Sales) y en la Modernidad (Goethe y Ortega).

Razón y conciencia

Pero "todas las cosas son difíciles", como decía Salomón en el Eclesiastas. Y es esto verdad; una gran verdad, con la que hay que contar para no caer en el desánimo, como está ocurriendo ahora a muchos que creyeron en la técnica, y ésta se apoderó de ellos mecanizando al hombre y reduciéndolo a número, a movimiento ciego y a localización, sin saber que era mucho más que una materia inerte, y tenla dentro de sí mismo los ocultos resortes de su propia salvación de la esclavitud de cadenas de oro que le ha proporcionado nuestra civilización occidental.

Tenemos pues en nuestras manos dos instrumentos que nos llevan a ser humanos, a ser calidad más que cantidad: "la Ilustración", el reino de la razón, de la información, del conocimiento científico de la realidad. No el admirador ciego de las teorías de moda ni de la identificación ingenua de las hipótesis explicativas, siempre cambiantes y perfectibles, con la realidad.

Y, en segundo lugar, nuestra propia conciencia, "esa luz interior" que, por más oculta que se encuentre, brilla en el fondo de nuestro ser con una fulguración que deja oculta y apagada el mecanismo avasallador de nuestro mundo.

Revolución de la enseñanza

Para este programa revolucionario, en el más pacífico sentido de la palabra, necesitamos algún vehículo inicial que, desde niños, vaya desarrollando nuestras posibilidades de cambio hacia otra sociedad en que la calidad esté siempre por encima de la cantidad para que podamos ser felices llegando a ser humanos por fin.

Pero es tanto lo que tenemos que hacer, y no hacemos, que la postura generalizada es la desesperanza y el desánimo. Sin embargo, algunos van despegándose de esta fábrica de robots que es también nuestra escuela, y van acostumbrándose a ponerse en contacto con la realidad. Lo mejor que nos viene de Oriente (yoga, budismo, zen) pretende acostumbrarnos a conocer la realidad por nosotros mismos, y no ser ya por más tiempo engañados por la sociología del conocimiento" que es lo que proporciona la educación que recibimos de nuestra sociedad desde niños, impidiéndonos ejercitar "el conocimiento directo" de las cosas y de las personas, el único que nos salvaría del empobrecimiento informativo artificioso en que vivimos. Ya Husserl -el último Husserl- lo había previsto como única actitud de cambio: "haceos lo real"; que es lo único que pretende la filosofía cósmica del hinduismo, cuando es bien interpretada; sobre todo lo que pretende el budismo zen, que es un productor de hombres de calidad, conscientes y activos.

Necesitamos la "revolución de la enseñanza", porque todo lo hecho hasta ahora apenas es nada. Hemos de ser conscientes para ello que "las escuelas preparan para un mundo que ya no existe", notaba hace años McLuhan. Esa es la inútil noria de nuestra cultura agotada, que no sabe renovar contenidos y temas para acercarnos a lo real, y descubrir el velo engañoso que lo envuelve, el "maya" de la filosofía oriental, que es necesario atravesar para no vivir perpetuamente engañados por la "desinformación" sistemática de nuestros medios de comunicación social, lo mismo que la ejercida por nuestros medios de comunicación escolar.

No nos dejemos engañar tampoco por la depreciación actual que se hace del individuo, queriendo hacerse todo colectivo. Porque lo que conseguimos así es que la masa, la muchedumbre, domine sobre la persona; y le impida desarrollar su riqueza. Gustavo Le Bon había observado con razón que el grado de inteligencia de la masa es aquel en que coinciden todos los individuos que la componen; y, por tanto, rebaja el nivel intelectual del conjunto, en vez de sumarlo. "La muchedumbre es siempre inferior al hombre" (Ressi).

Salir de la "cantidad"

En cinco puntos resumo a continuación, como en rápido caleidoscopio, lo que puede ayudarnos a superar la estrechez de pensamiento en que es educado el hombre actual, que es lo que le impide salir de estar atado al carro de esta sociedad de la pura cantidad. Solamente desarrollando estos cinco instrumentos pondremos al hombre en condiciones de alcanzar una nueva fase humana, en la que el hombre viva más de la calidad que de la cantidad, y pueda ser así más feliz, al satisfacer las complejas necesidades de que está constituido.

1. Hemos de volver a valorar la intuición como camino de conocimiento de la realidad. La inteligencia, según ha demostrado Zubiri, no es más que la capacidad de conocer lo real, y lo real es tan complejo que no lo podemos reducir a la "linealidad" de la lógica, y menos de la lógica clasificatoria de Aristóteles, que es la única que nos enseñaron. Merleau-Ponty, basado en los hallazgos de la filosofía lingüística, demostró que la realidad no puede ser abarcada por medio de una sola proposición lineal, porque necesita de un lenguaje dialéctico o complementario. Niels Bohr, el gran físico, descubrió el "principio de complementariedad", que enseña una gran verdad demasiado olvidada: la realidad no se abarca con una sola teoría, sino con hipótesis complementarias. Así la realidad física no es ondas sólo, ni corpúsculos sólo, sino -como enseño el físico De Broglie- es "complementariamente" ambas cosas; o mejor dicho, su realidad tan rica no puede ser abarcada sólo con una de esas representaciones, sino con las dos. Y, para terminar, recordemos que el gran matemático Godel demostró -con sus dos teoremas- que la axiomático -la pura racionalidad- necesita de la intuición para ser un sistema coherente. En el comienzo de toda racionalidad está la intuición; y en su desarrollo no podemos hacer fecunda la formalización sin partir de intuición (Hadamard).

Hace setenta años, había concluido el gran matemático y filósofo de la matemática H. Poincaré: "La lógica permanece estéril si no es fecundada por la intuición", y años más tarde el gran psicólogo J. Piaget señalaba, como resultado de sus investigaciones, esta conclusión: "Toda logística se apoya sobre presupuestos intuitivos." Y Einstein repetía que la investigación física y astrofísica no puede avanzar si no es guiada por "la intuición".

Pero, ¿qué es la intuición?: "La comprensión simpática de la experiencia", dice Einstein. Es "una sensación peculiar de unidad entre sujeto y el objeto", señala Wild.

La intuición es primordial en toda ciencia, y también en psicología, como descubrió C. G. Jung.

2. Otro fallo enorme de la investigación científica es el olvido o la postergación de la observación, en favor de la experimentación o de su contraria la iluminación ingeniosa. La inflación experimentalista, que separa lo real y crea artificiosamente una construcción del mismo, tiende un velo que se nos ha puesto delante de los ojos para impedirnos ver la realidad y palparla. Y nada digamos de las estadísticas tan difíciles de interpretar por causa de la complejidad de los real, que no se agota con una serie de preguntas verbales. Siempre es verdad lo que dijo el latino Salustino: "Todos los hombres estarían de acuerdo si se les preguntase de modo adecuado".

Se ha dado también una preponderancia excesiva al sentido de la vista sobre el tacto en nuestra cultura occidental. Es este un empobrecimiento grande de nuestras posibilidades de conocer lo real. Por eso hoy se habla de la necesidad de fomentar el "contacto humano", como observa el antropólogo A. Montagu, cuya carencia lleva hasta a morbosidades y fallos en la relación sexual de mayores; o a situaciones esquizoides, como observan Ajuriaguerra y sus discípulos.

A. Colodrón señala con razón que los grandes descubrimientos que han sido más fecundos para la humanidad, y para el desarrollo de la ciencia, han partido muchas veces de la observación y no de la experimentación, como ocurrió con Darwin y su "Teoría de la evolución", que ha revolucionado la biología y otras muchas ciencias del hombre. De lo que se trata, es como decía Ortega, de "ver íntegramente las cosas", y no sólo por procedimientos artificiales que separan los hechos de la realidad, en un laboratorio que no se asemeja a las experiencias reales de la vida.

Estamos ante "un empacho de teorías", dice también V. Bertalanffy. Cuando todavía no hemos agotado las posibilidades de su interpretación, ya hemos inventado otra diferente, y abandonamos el camino emprendido antes, perdiendo con este cambio superficial gran riqueza de lo que todavía podíamos sacar fecundamente de su análisis y consideración. Vivimos de modas cambiantes, y de superficialidad sin ahondar en nada. En la Asamblea XXIX de Historiadores Alemanes se dijo, con toda razón: "Ninguna época ha estado dominada por modas espirituales tan insustanciales como la nuestra, y ninguna en la que se haya cortado tan ardorosamente la rama en la que uno se posa".

Por eso en psicología nos encontramos en una crisis, en una "encrucijada", como señalaban K. Bühler y Royce, años atrás.

3. "La psicología moderna dispone de toda clase de recursos para convertir a los seres humanos en autómatas infrahumanos o en populacho vociferante", dice von Bertalanffy. Hemos pretendido demasiadas veces la investigación de los caminos humanizadores que empiezan a surgir a partir de Binswanger, Rollo May, A. Maslow, C. Rogers, V. Franckl y otros muchos.

Y algunos han caído en la manía también de "la falacia zoomórfica" a través de la etología mal estudiada y desarrollada sin suficiente aparato crítico (Koestler y Bertalanffy).

En último extremo es siempre lo mismo : el simplismo de querer reducir lo complejo a lo sencillo, como pensó equivocadamente Descartes en el siglo XVII, y todavía no nos hemos percatado del error que supone este camino cuando l acertado sería precisamente el contrario: partir de la estructura de conjunto para entender mejor el detalle, como ya descubrió en los años 20 y 30 la psicología de Gestalt y Kohler y Kafka.

Hemos de volver a reconsiderar al hombre por lo que es; o sea, antes calidad que cantidad. Y la necesidad que tiene de satisfacer esos diferentes niveles de que se compone: lo material, lo emotivo, lo sensible, lo espiritual. la vida material primero, y también la auto-conciencia, la auto-realización, la creatividad, la iniciativa, el altruismo y el trascender los límites de su propia contingencia.

4. La superación de los prejuicios que llamamos "sentido común". Eso en lo que coincidimos todos, en lo que -como he dicho antes- se revela un mínimo nivel intelectual.

Es esta la vivencia ingenua que tenemos al ver el mundo. Y en la que ha caído la mayor parte de los humanos.

Cuando a Einstein le preguntaron cómo había encontrado cosas tan importantes en el campo de la ciencia, que había revolucionado nuestros conocimientos, contestó: "Yendo contra el sentido común". Porque este sentido común es el que fue contra el sistema heliocéntrico de Copérnico, o contra la teoría de la relatividad restringida o generalizada de Einstein.

Por eso, cuando alguien dice, seguro de sí mismo, "es evidente", pongámonos en guardia porque seguramente lo que quiere decir, sin darse cuenta, es sólo: "es algo que aprendí hace tiempo".

La rutina se envuelve de galas de verdad, y nos engaña constantemente poniéndonos anteojeras que impiden ver la realidad. Todo lo cual nos ha dado una errónea manera de pensar que nos impide "conocer" de verdad. Por eso necesitamos hacernos un "nuevo gorro de pensar", flexible y dinámico, para -en contacto con los grandes descubrimientos de la ciencia- perder de una vez el dogmatismo en el que caemos una y otra vez.

Hay muchos que todo lo que hacen es sólo clasificar, como los niños pequeños ante la TV, que le preguntan a su padre, al ver una película del Oeste: "¿ése es el bueno o el malo?". No hay para la mentalidad infantil -y la nuestra sigue siendo así muchas veces-, nada más que una bivalencia. Todo es o bueno o malo, o verdadero o falso. Vivimos una lógica que todo lo clasifica en dos extremos: los nuestros son los buenos y los sabios, y los otros son los malos y los no-inteligentes.

Ese simplismo, que viene del pensar aristotélico con su lógica propia de un niño de ocho años, según demostró el psicólogo J. Piaget y el filósofo L. Brunschvig, impide alcanzar algo nuevo que descubra soluciones para las crisis en que se ve envuelto el hombre de nuestra época, sin saber cómo puede salir de ellas.

Tenemos que convencernos que la lógica que necesitarnos es una "lógica multivalente", según señala Hans Reichenbanch. Ya no existen dos valores únicos de verdad o falsedad, sino "una escala continua de probabilidades" (Id); y el ideal científico ya no puede pretender "conocer la verdad absoluta", lo que precisa es ser más modesta la ciencia actual.

La verdadera lógica, que nos debe conducir en nuestra investigación, no es una lógica de meras clasificaciones, sino una lógica de relaciones. Este es el salto que espontáneamente da el niño a la edad citada de ocho años, pero que no le dejemos que la desarrolle, abarrotando su mente de clasificaciones que le impiden pensar con libertad de un modo sintético, descubriendo que el mundo no es nada más que relación.

5. Es curioso recordar que el mundo, según la filosofía oriental, no es un mundo de cosas sólidas, de sustancias inamovibles y estáticas. Es otra cosa mucho más fluida y dinámica, porque todo en él es relación, corno ahora va descubriendo, poco a poco, la ciencia occidental actual.

Así no es extraño que cuando se investiga lo más profundo de la materia física, al final no se encuentra en ella nada más que un conjunto de relaciones matemáticas, como demostraron los astrofísicos Sir James Jeans y Sir Arthur Eddington.

Todas las ciencias parece que terminan hoy en la teoría hindú del "campo unificado". La misma en la que invirtió Einstein los últimos años de su vida queriéndola demostrar sin acabar de conseguirlo. Pero lo que él no pudo hacer, la ciencia y la filosofía de la ciencia del presente están consiguiéndolo. La materia y el espíritu parecen manifestaciones de una sola realidad más profunda; y el Dios separado de los antiguos catecismos se convierte en el "impulso creador", que está en el trasfondo de toda realidad, moviéndole hacia más y mejor, en un "clan" vital que muchas veces los humanos nos empeñamos en parar.

El físico Pascual Jordan, lo mismo que Bavink y Schodinger lo vislumbran así claramente en el fondo de sus investigaciones materiales: "La materia tiene mucho menos de materialista que se decía en el siglo XIX: ha dejado de ser esa cosa simple, palpable y resistente que se mueve en el espacio". El psicólogo francés M. Pradines descubrió en sus investigaciones que "todo el psiquismo -incluso espiritual- está contenido en la sensación y en las tendencias básicas del ser vivo", y el paleontólogo Teilhard de Chardin terminaba sus prolongadas investigaciones sobre la evolución cósmica así: "En el fondo, de alguna manera, no debe haber más que una única energía que influya en el mundo", y esa energía "es de naturaleza psíquica".

La sociedad de la calidad

¿Qué revela todo esto sino que debe comenzar una nueva revolución, la revolución del hombre? Sería aquella revolución que vislumbró Nietzsche; pero que está en nuestras manos que se produzca o no, y que estará basada en la superación del simplismo cuantitativo que hasta la ciencia de la materia está desbancando. Ya la materia ni es inerte, ni cerrada, ni puramente mecánica.

Por eso, se trata de empezar ya a anhelar una nueva sociedad, y poner los medios para que lleguemos a la sociedad de la calidad, en vez de conformar- nos en vivir en la sociedad de la cantidad, que -por otro lado- ha fracasado también a la hora de prometer su advenimiento, ya que ha prometido mucho más de la que ha dado.

Y es que en este mundo, tan seriamente burgués, se desarrolla un "instintivo odio a los libros y a las flores". En una palabra: en el amigo vemos antes sus años, sus ganancias y peso social, que sus aficiones humanas, o su delicadeza en el gusto o, incluso, su decir agradable. Al mirar a una casa nos fijamos más en los misiones de pesetas que ha costado, que en su belleza sencilla o en las flores que se exhiben en sus ventanas: en una palabra, sólo cuenta la cantidad numérica. Al niño se le educa en la competencia contra otros niños de su escuela, y constantemente está oyendo el valor del dinero, predicando también la fuerza atractiva que tiene saber abrirse paso entre los demás hombres, dejándolos tirados en la cuneta si es preciso. Olvidamos que es mucho más importante que los niños adquieran el amor a las cosas sencillas, a los objetos naturales, a respirar el aire puro, a disfrutar del paisaje, a usar de sus músculos y a distender inocuamente sus nervios. Nos hemos olvidado de que no es por el poder como se camina hacia la liberación; sino que es "por la belleza como se camina hacia la libertad", según recordaba el gran poeta y humanista Federico Schiller. Marx tuvo la intuición de que una sociedad cooperativa, en la cual el trabajo fuese un juego y se disfrutase ante todo de la convivencia humana, sería una sociedad de la vida estética", que sustituiría con ventaja a la "vida ética" que nos enseñaban -engañosamente muchas veces- las sociedades tales que hemos vivido en el siglo XIX y XX.

Estamos en un mundo en el que sólo se mira la cantidad y nunca la calidad, y en el que el modelo de organización es siempre "la fábrica". Un mundo en el cual las frías matemáticas no suelen saber inventar nada más que cámaras de gas y aviones de combate, como recordaba el pensador-novelista Robert Musil; y cuya lógica, aparentemente tan racional, parte de unas bases inhumanas que conducen al "apartheid" o al aplastamiento de aquellas minorías que quieren liberarse de la esclavitud del número. El gran humanista crítico de nuestra civilización occidental, A. De Saint-Exupery, descubría con tristeza que "las personas adultas sólo aman las cifras". Y, entre estas cifras monstruosas, está la del consumo por el consumo, sin ningún respeto a la calidad y que sólo es para beneficio de esos grandes grupos de intereses. Lo demuestran así los anuncios que, en América del Norte, pone la Standard Oil , advirtiendo a los americanos: "le quitamos el sulfuro al petróleo en Venezuela, para mantenerlo alejado de nuestra atmósfera en Estados Unidos". O aquél otro reclamo publicitario que proclama constantemente: "es mejor tirar algo gastado, que arreglarlo". Lo demás -la calidad, lo personal, lo íntimo- lo único importante para nuestra sociedad es consumir cantidad.

Nuestra sociedad competitiva no se produce por arte de magia, sino que todo coopera a que nos enfrentemos los unos con los otros, erigiendo la competencia en rey. Y cuando parece que se desarrolla un sentido más social y de más solidaridad, es a base de masificar a las personas e impedir que tengan la espontánea creatividad, que tan necesaria es. Incluso se fomenta desde la escuela este sentido no solidario. La labor escolar podría ser muy positiva si no estuviera masificada la poca solidaridad que en ella se induce, en los casos en que se intenta superar esa no-solidaridad. Pero normalmente ni siquiera se pretende esta masificación, ya que desde niños, se les acostumbra a los escolares a ser distinguidos, no por su trabajo personal, ni por su creatividad individual; sino por la clasificación que consiguen hacer los tests psicológicos, de acuerdo con eso que se llaman las cualidades naturales. Sin embargo ésta es una falacia social ya que, según los mejores investigadores de la pedagogía actual en Occidente lo mismo que en el Este, lo principal no es clasificar, sino estimular a que cada uno aporte lo que él es. Así se conseguiría hasta una mucho mayor eficacia social, como descubrió hace años la psicología soviética, y hoy lo corroboran muchos especialistas occidentales corno Richmond.

Imaginación y fantasía

Para conseguir todo esto se necesita más imaginación y más fantasía. En realidad las virtudes del mañana no son las de la obediencia ciega de ayer, predicada por la Iglesia oficial; ni tampoco la obediencia inducida hábilmente por los medios de comunicación social. Las virtudes del porvenir se centran en la fantasía, como posibilidad de desarrollar la alegría de vivir, la creatividad, la espontaneidad, el inconformismo pacífico, la tolerancia mutua y el humor gozoso, dentro de una actividad equilibrada y serena.

Una vida egoísta y que sólo mire para sí, siendo su base el "tener más", el aumentar cada vez más en cantidad sus pertenencias, es equivocada, y está inspirada por nuestra sociedad del consumo. Hemos de tener como ideal claro, el de "ser más y no solamente el tener más". Y para eso hemos de dar un paso, desde el momento actual, que pretenda la libertad como no-dominación. Y mañana la libertad que hay que conseguir es "la libertad de ser más".

Leyendo a Berlinguer queda un camino para salir de este círculo de hierro en el que estamos envueltos es practicar "una política de austeridad", que empezase por ser aplicada como móvil de la vida por cada uno, ya que -según él- "la austeridad puede utilizarse como instrumento de lucha económica, de lucha política contra la perpetuación de las injusticias sociales, según sean las fuerzas que la encauzan; o bien como una ocasión para un desarrollo económico y social nuevo, para un riguroso saneamiento del Estado, para una profunda transformación de la organización social y para la defensa y expansión de la democracia". Según su idea, "la política de austeridad y guerra contra el derroche, se ha convertido en una necesidad ineludible para todos, y en la tecla que hay que pulsar para hacer avanzar la lucha por la transformación de la sociedad, tanto en sus estructuras externas corno en sus ideas básicas".

Estamos en el dilema siguiente: "o nos abandonarnos al curso actual de los acontecimientos, dejándonos caer peldaño a peldaño por la escalera de la decadencia, de la barbarización de la vida y, por ello más pronto o más tarde, de una involución política reaccionaria; o, por el contrario, afrontamos a tiempo la realidad y tratarnos de transformar este tránsito tan denso de peligros y amenazas en una oportunidad para el cambio, en una victoria del hombre sobre la historia y la naturaleza".

Colosal o pequeño

Nuestro mundo actual es también víctima del gigantismo y de la centralización. Y, con estos dos fenómenos paralelos, se han producido multitud de nuevos problemas, que nos han colocado a los hombres de hoy ante verdaderos callejones sin salida. Después de Napoleón se empezó a desarrollar, social y políticamente, "lo grande". Desde entonces es cuando se consagran las expresiones de "gran ejército", "gran duque", "gran Estado Mayor" y "grandes potencias". El culto a lo colosal empieza, con la música de los siglos XIX y XX, tan distinta de aquélla tan íntima de Haydin y Mozard. Empieza la época de las grandes composiciones de Wagner y de los grandes sinfonistas con el desarrollo de las grandes orquestas. Y nada digamos de los ensayos, a todos los niveles (manifestaciones, concentraciones, y arquitectura), de los tatalitarismos de este siglo, se llamen fascismo, nazismo o stalinismo. Y actualmente se desarrolla, lo mismo en nuestra economía de las multinacionales, como en este grandioso Estado-providencia de la Seguridad Social masiva, que sólo se preocupó de edificar grandes centros hospitalarios.

Por eso ha surgido la reacción en algunos investigadores sociales, de buscar la dimensión más pequeña posible para las organizaciones y grupos, puesto que -con esa concentración y centralización- hasta la eficacia se pierde y, por supuesto, se deshumanizan las relaciones entre los hombres. Por eso un economista lúcido como W. Ropke tiene atisbos interesantes cuando pide "un sistema económico en el cual el peso de la ayuda estatal, la protección del derecho, la jurisprudencia, la autoridad del Estado y la política económica se repartiera de modo muy distinto a como lo están hoy, de manera que se centrase en pro de los pequeños contra los poderosos; en pro del juego limpio y de la auténtica libertad, contra la explotación y los monopolios; en pro de una justicia más igual, contra los privilegios, y en favor de la descentralización, en contra de la concentración que todo enmaraña".

Cambiar el modo de vida

Para llegar a todo esto se necesita un camino que no puede ser el de la violencia ni el de la coacción, sino "el del apostolado, la pedagogía, la literatura y el amor", como decía Ortega y Gasset, o el del "prodigio, el amor y el ejemplo", como enseñaba el psiquiatra Prinzhorn, que fue discípulo del famoso psicólogo L. Klages.

El campo de incidencia para conseguir la transformación no es solamente el individuo ni tampoco únicamente la estructura exterior. Los estudios de Fromm sobre los campesinos mexicanos descubrieron que, el punto de incidencia para la transformación, es también, y muy preferentemente lo que llamó "el carácter social", o lo que el marxista crítico A. Schaff denominó "estructura socio-psicológica del ser humano". Años antes, nuestro Ortega, en sus análisis sobre el cambio social en España, tuvo la intuición de esto mismo al hablar de la necesidad de cambiar "el modo de vida".

La coacción puede ser una tentación para producir el cambio, pero este cambio así intentado no sería humano, ya que trata al hombre como un autómata, y el resultado a la larga es negativo, porque no formaría hombres, sino robots.

Hemos de tener, sin embargo, mucho cuidado en no caer en un cambio engañoso por ser demasiado superficial. No nos olvidemos nunca de que uno de los trucos que usa hábilmente nuestra civilización occidental es aquel del proverbio francés "cuanto más cambia algo, más permanece lo mismo", que significaba que la fachada no es el fondo, porque siempre hemos de ir principalmente a este fondo. Por eso lo que hay que desarrollar es "la conciencia de las cosas y los hechos", y hacerlo paciente y perseverantemente.

Otro defecto es el de vivir fuera de la realidad, sin querer basarse en ella para producir el cambio. Esto es lo que se ha llamado "el síndrome de utopía", que lleva siempre a la inadaptación social y a las concepciones nihilistas del mundo, las cuales llevan a la huida existencial, que es lo que le pasó por ejemplo, al novelista Hermingway. Otra variante de este síndrome es la falta de estabilidad para perseverar en una determinada acción.

Hemos olvidado también "la gigantesca fuerza que se encierra en el desinterés, en el entusiasmo y en la acción dirigida a un objetivo supra-personal" (W. Ropke). Resulta completamente cierto que "no sólo de pan vive el hombre" y, por eso, a los seres humanos se les puede motivar con un ideal atractivo haciendo para conseguirlo un "llamamiento a su espíritu de sacrificio y a su voluntad de entrega". La psicología lo ha corroborado al comprobar -como señalaba Allport- que un ideal concreto y vivido nos capacitan "para soportar la fatiga, el hambre, el ridículo, y el peligro", y este sacrificio se hace incluso con gusto. Porque no hay que olvidar la paradoja de Ionesco: "Como sólo nos hemos propuesto vivir, se nos ha hecho imposible vivir".

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