PAPELES DEL PSICÓLOGO Vol. 43-1 Enero - Abril 2022

creciente. Este neófito planteamiento tiene su génesis con la prolife- ración de los Estados de Bienestar tras la Segunda Guerra Mundial, cuando la salud empieza a ser conceptualizada más allá de la mera ausencia de enfermedad, esto es, como un recurso para favorecer la calidad de vida de las personas (Organización Mundial de la Sa- lud, 1986). Sin embargo, no es hasta comienzos de este siglo cuan- do se produce un verdadero interés por el estudio científico del bienestar como garante de la salud de las personas. Los estudios sobre bienestar se han organizado en torno a dos grandes tradiciones de investigación (Ryan y Deci, 2001): una rela- cionada fundamentalmente con el disfrute de una vida placentera (bienestar hedónico) y otra ligada al desarrollo del potencial huma- no (bienestar eudaimónico). Si bien existe evidencia de que ambos tipos de bienestar, hedónico y eudaimónico, previenen la aparición de estados psicopatológicos o, cuando menos, contribuyen a mitigar sus síntomas (Chakhssi et al., 2018; Kimiecik, 2016), en el presente artículo nos centraremos en el papel desempeñado por el bienestar eudaimónico y, específicamente, en una de sus dimensiones más re- presentativas como exponente del funcionamiento positivo óptimo (Díaz et al., 2006), el crecimiento personal. 2. BIENESTAR EUDAIMÓNICO Y CRECIMIENTO PERSONAL En su Ética a Nicómaco (Ross, 1925), Aristóteles señala que, de entre todos los bienes alcanzables por el ser humano, el fin supremo es lograr la virtud, la eudaimonia. La eudaimonia supone la consecu- ción de la excelencia o la perfección en uno mismo (McDowell, 1980), de acuerdo con las capacidades y el potencial individual. El crecimiento personal, por tanto, constituye una dimensión central dentro de la perspectiva eudaimonista del bienestar. Ryff (1989) de- fine el crecimiento personal como el afán que experimenta el indivi- duo por continuar creciendo y desarrollando al máximo todas sus potencialidades y capacidades, por ser inconformista con los logros obtenidos en el pasado, tratando de asumir nuevos desafíos perso- nales que le permitan crecer como persona y alcanzar su plena au- torrealización. Se trata, como señala Robitschek (1998), de un compromiso activo e intencional con el crecimiento psicológico de uno mismo, lo que conllevaría una implicación tanto cognitiva (e.g., “sé cómo modificar cosas que quiero cambiar en mi vida”) como conductual (e.g., “si quiero modificar algo en mi vida, inicio el pro- ceso de cambio”) en pos del desarrollo intraindividual. La investigación constata que el crecimiento personal se erige en un robusto predictor de la salud mental (Robitschek y Keyes, 2009; Ryff, 2017), por lo que en las siguientes páginas profundizaremos en el análisis de este constructo, realizando un breve recorrido histó- rico desde su operativización por parte de diferentes corrientes psi- cológicas, hasta abordar su relación con diversas variables psicológicas nucleares para la consecución de un funcionamiento positivo óptimo. 3. EL CONCEPTO DE CRECIMIENTO PERSONAL EN LA PSICOLOGÍA MODERNA El afán por seguir creciendo y desarrollando al máximo todas nuestras potencialidades individuales hasta lograr la excelencia, que Aristóteles y, por extensión, el enfoque eudaimonista, señalan como fin supremo del ser humano ha adquirido una notable repercusión en la Psicología moderna de la mano de la corriente humanista, las teorías del desarrollo adulto y el enfoque sociológico (Figura 1). 3.1. El crecimiento personal en la Psicología humanista Diversos autores adscritos a la Psicología humanista han hecho aportaciones de consideración al concepto de crecimiento personal. Para Maslow (1968), el ser humano está biológicamente provisto de tendencias que le impulsan de forma natural hacia un desarrollo constante y a la superación personal (autoactualización). El proceso de crecimiento personal se llevaría a cabo una vez que el individuo tiene satisfechas sus necesidades más básicas (i.e., necesidades fisio- lógicas) y, por consiguiente, enfoca todas sus capacidades hacia su pleno desarrollo individual. Rogers (1961) comparte con Maslow la idea de que el crecimiento personal constituye una necesidad central presente en todos los individuos. La tendencia a la autoactualiza- ción, afirma Rogers, es inherente al ser humano. Para Jung (2003), las personas deben someterse a un proceso de in- dividuación, en función del cual lograrán la plena consciencia de quiénes son realmente. La individuación, por tanto, constituye un pro- ceso básico de maduración personal, de autoconocimiento, con el fin de lograr llegar a ser uno mismo. Por su parte, Frankl (1962) conside- ra que, más que la búsqueda de sí mismo, el individuo persigue funda- mentalmente encontrar un significado a su vida. Así, el ser humano alcanza la autotrascendencia, la plenitud, cuando es completamente consciente de su relación con el mundo que le rodea y, fruto de ello, logra hallar un propósito a su existencia más allá de sí mismo. 3.2. Contribuciones de otras corrientes psicológicas a la comprensión del crecimiento personal Al margen de los planteamientos humanistas, otros desarrollos teó- ricos como los de Erikson, Bühler, Neugarten o Vaillant, encuadra- dos en las teorías sobre el desarrollo adulto, sostienen –en la línea de la perspectiva suscrita por Maslow y Rogers– que durante la adultez existe una tendencia natural hacia el crecimiento personal, determinado por el desarrollo de la madurez personal y la sabiduría experiencial (Ryff, 1982). Desde esta perspectiva, madurez y bie- FUNCIONAMIENTO PSICOLÓGICO PLENO 64 A r t í c u l o s FIGURA 1 PRINCIPALES APORTACIONES DE LA PSICOLOGÍA MODERNA AL CONCEPTO DE CRECIMIENTO PERSONAL Psicología humanista (Maslow, Rogers, Jung, Frankl) Crecimiento personal Teorías del Desarrollo adulto (Erikson, Bühler, Neugarten, Vaillant) Perspectiva sociológica (Levinson, Pearlin, Bauer y McAdams)

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