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Psychologist Papers is a scientific-professional journal, whose purpose is to publish reviews, meta-analyzes, solutions, discoveries, guides, experiences and useful methods to address problems and issues arising in professional practice in any area of the Psychology. It is also provided as a forum for contrasting opinions and encouraging debate on controversial approaches or issues.

PSYCHOLOGIST PAPERS
  • Director: Serafín Lemos Giráldez
  • Dissemination: January 2024
  • Frequency: January - May - September
  • ISSN: 0214 - 7823
  • ISSN Electronic: 1886-1415
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Papeles del Psicólogo, 1989. Vol. (41-42).




PSICOLOGÍA, PSICÓLOGOS Y ANIMACIÓN SOCIOCOMUNITARIA

ANTONIO MARTÍN GONZÁLEZ

Profesor de Psicología Comunitaria. Universidad Autónoma de Madrid.

Estas líneas quieren ser una reflexión nada erudita de lo que desde la Psicología comunitaria principalmente puede decirse al hilo de lo que la animación sugiere como posibilidad de acción conjunta y complementaria en la tarea común de la intervención social.

Unos puntos, ligeramente esbozados, tratarán de ofrecer esquemas de síntesis en torno a ambas profesiones desde sus planteamientos respectivos, objetivos, talantes y estrategias que valgan para entender y potenciar las numerosas posibilidades de mutua colaboración.

Animación y otras áreas de conocimiento

A la vista de lo que por un lado significa la prometedora realidad de la animación en cualquiera de sus interesantes formas, y por otro, de la espectacular confusión de su joven trayectoria de acción en el también joven escenario del sistema democrático español que la posibilita y la potencia, maniobras y gestiones poco afortunadas amenazan con oscurecer más que iluminar su incierto futuro. Una perspectiva de cierto raquitismo de miras a la hora de adjudicar contenidos a estas nuevas formas de intervención social corre el riesgo de privarlas de factores reales de desarrollo armónico y de enriquecimiento.

Los loables voluntarismos iniciales, los vocacionales, los de rentabilidad política o económica a corto plazo, los debidos fundamentalmente a la presión del fantasma del paro o los propiciados desde instituciones de preparación de animadores con prisas de trabajo o de presencia en la calle, todos ellos han de dar paso a una necesaria reflexión sistematizadora en beneficio de la seriedad y de la eficacia.

Europa se ha empeñado en el reconocimiento de la importancia de la animación. Razones de oportunidad, de utilidad y de necesidad han sido aducidas por los más altos organismos de la comunidad, junto con recomendaciones concretas para su estructuración adecuada y para una implantación sólida y vigorosa. Desde esta perspectiva, y en lo que se refiere principalmente a la organización curricular y a la dotación de contenidos adecuados, es desde donde la Psicología y los psicólogos -principalmente la Psicología Social aplicada y la acción de los psicólogos comunitarios- pueden materializar una oferta enriquecedora de aportación y de presencia.

Por encima del deplorable espectáculo habitual en el que suelen empeñarse en estos casos personas, organismos, instituciones y áreas de conocimiento para el acotamiento y reserva de predios en exclusiva de control y cultivo una visión con perspectiva algo más oceánica e interdisciplinar debería impedir la permanente voracidad de quienes van por todas partes etiquetando de «cosa suya» todo cuanto el dichoso poder les permita tocar con la punta de los dedos. La animación, en este caso, por su intrínseca y plural significación, así como por su escenario natural y por sus objetivos, demanda generosidad de miras y exige abundante diversidad de aportaciones profesionales y académicas.

Muchos son los factores y de muy diverso orden que tienen que confluir, procedentes de áreas muy dispares también, para enriquecer en contenidos, campo y objetivos la intervención social desde esta óptica precisa de la animación. Desde la sociología la animación será vista como una función de calle legitimada por el color de los problemas que la hacen necesaria. Desde la antropología habrá de enfatizarse rotundamente que es desde esa perspectiva desde la que la cultura que se hace, no la que se consume, tiene clavadas sus raíces más hondas. Desde la política se podrá entender mejor cómo no en todos los sistemas resulta posible una acción libre y eficaz. A través de la pedagogía se conseguiría llevar a cabo con mejores perspectivas la tarea de convertir en desarrollo integral acciones formativas que, en ocasiones y de otro modo, podrían correr el riesgo de acabar no siéndolo tanto. Y muchas otras formas de trabajo social, vengan desde la medicina, la psiquiatría, la economía o el propio arte, acabarán necesariamente interviniendo con valor en la aplicación de cualquier animación con sentido.

Psicología y animación

Por supuesto, la Psicología -desafortunadamente la gran olvidada en estos momentos en los planes de animación que se gestionan- está llamada a resultar, por su utilidad, un referente imprescindible. Porque mientras no se demuestre lo contrario -y no es tarea fácil-, animación es, ante todo, dinamización, motivación, movilización, propiación del cambio social, intervención en actitudes, impulso a la modificación de los comportamientos, trabajo en habilidades sociales básicas, promoción de cuestiones fundamentales como la participación, la información y la comunicación o intervención en relaciones interpersonales, inter e intergrupales, en estructuras organizativas, propaganda o manejo de conflictos. Y todas estas cosas, a primera y hasta a segunda vista, tienen demasiado que ver con la Psicología.

En realidad, cualquier área de la Psicología podría prestarle una indudable utilidad. La evolutiva y de la educación, desde consideraciones de los aspectos cognitivos, psicológicos y sociales de la infancia, la vejez o la edad adulta, así como el desarrollo de las relaciones sociales y los procesos adaptativos. Desde la metodología de las ciencias del comportamiento, por cuanto se aportarían referencias útiles sobre métodos observacionales, selectivos, experimentales y cualitativos de permanente utilidad en la acción social. Por supuesto, la básica con sus temas de percepción, de indudable trascendencia en el estudio de las necesidades, u otros igualmente importantes como los de motivación y emoción. Y, sobre todo, la Psicología Social, que tanto en sus objetivos y planteamientos medulares, como en los que pudieran derivarse más específicamente de formas «aplicadas» corno las de la Psicología comunitaria, prestaría inestimables apoyos troncales al tema de la animación. Tales podrían ser, por ejemplo, desde los que se refieren a la Psicología de los grupos (estructura, procesos, técnicas, relaciones, conflictos, modelos y estrategias), hasta otras teorías, modelos y métodos de más amplio espectro, como los que tienen que ver con la formación del pensamiento psicosocial, la socialización, el aprendizaje y la cognición social, el comportamiento colectivo, los procesos psicosociales básicos, la medida, formación y cambio de actitudes, la atribución, la representación social o la propia salud en general desde perspectivas más sociales e interdisciplinares y más en relación directa con el bienestar social y con la calidad de vida.

Si descendiéramos a detalles llegaríamos a la saturación aduciendo temas puntuales de indiscutible oportunidad como atracción, altruismo, agresividad, liderazgo, poder, pertenencia, identidad social, rol, estatus, negociación, opinión, rumor, moda, autoridad, marginación, cultura, tejido social, redes de apoyo, etcétera.

Animación y Psicología comunitaria

Desde la Psicología comunitaria en concreto el discurso sería, a la par que más amplio, de incontables coincidencias en puntos de partida, talante de intervención, campo y objetivos. Porque es la comunitaria una Psicología Social preocupada por la salud desde ópticas de prevención y promoción en coordenadas más sociales y colectivas que clínicas e individuales, y porque desde la intencionalidad de la propiciación del cambio social se dedica ampliamente a temas como los de la participación, la educación para la prevención, la promoción de salud, la competencia, la potenciación y desarrollo de los recursos humanos y materiales, la sensibilización, concienciación e implicación de los colectivos. Por otra parte, la investigación-acción, la óptica interdisciplinar de la intervención en estrecho contacto con animadores, educadores de calle, voluntariado social y otros paraprofesionales de cometidos específicos, el énfasis en aspectos como autoayuda, intervención en crisis o apoyo social, hacen que ciertamente la Psicología comunitaria y la animación tengan recíprocamente muchos temas en común.

Sin que la Psicología comunitaria deje de ser eminentemente aplicada, todo un cuerpo teórico soporta el rigor metodológico y la necesaria sistematización sobre lo que descansa la acción de campo. El análisis, la programación, la intervención, la investigación, el seguimiento y la evaluación son otros tantos jalones técnicos que avalan la consistencia científica del trabajo social. En este aspecto el trasvase que puede tener lugar entre Psicología y animación debe compartir junto con ámbitos y objetivos, modelos, técnicas y estrategias.

No hace mucho tiempo escribíamos en este mismo sentido (Martín, 1988, pp. 17 y 18) que educación, prevención, potenciación y desarrollo, capacitación y ayuda, participación e implicación son conceptos básicos sobre los que se apoya toda la filosofía de actuación de Psicología comunitaria y que tienen mucho que ver con los objetivos que a su vez la animación ha de trazarse en su empeño permanente por ayudar a resolver dificultades y a crecer y a ser. Marín (1980) acota con particular acierto estos cometidos específicos de la Psicología Social comunitaria cuando reivindica para ella la intervención sobre la interacción individuo-grupo-comunidad. Con ello trata de desplazar los intereses profesionales desde perspectivas esencialmente clínicas hacia otras también comunitarias, pero fundamentalmente psicosociales, transaccionales, interaccionistas y ecologistas.

Psicólogos comunitarios y animadores sociales

Como veremos enseguida, animador y psicólogo comunitario, en tanto que agentes, o mejor aún dinamizadores del cambio social, aunque a niveles diferentes participarán de un idéntico criterio de desmitificación profesional, de un sentido de encontrarse inmersos en el mismo proceso de democracia cultural, de la conveniencia de aceptar la colaboración de determinados paraprofesionales y de la fe en las posibilidades ilimitadas de la participación no ficticia, sino real de la propia comunidad.

Aunque la práctica de la animación haya estado envuelta en un verdadero galimatías de formas por aquello de la improvisación novedosa entre nosotros a pesar de que el concepto tenga ya en otros lugares algunas décadas de rodaje, su contenido, su filosofía y su estilo ensamblan notablemente con lo que dejamos dicho de la Psicología en general, y de la Social y comunitaria en particular. Animar es dar ánimo, es movilizar. Aunque, en realidad, se trate más de talante, de estilo y de objetivos que de estricta definición de funciones. Es una pedagogía del desarrollo y del cambio desde los necesarios referentes psicosociales que la harán posible. Un animador es, ante todo, un propiciador y un facilitador del cambio social. Ander-Egg, clásico ya en el tema, incide en este sentido al referirse a los aspectos socioculturales de la animación, subrayando que más que un bien de consumo se trataría de un ámbito de desarrollo personal y de participación social.

Las conferencias de Rotterdam, San Remo, Bruselas, Reading y Oslo en la década de los setenta jalonaron de conceptos precisos (democracia cultural, proceso de transformación, talante, función motivadora, promoción de calidad de vida, fomento del experimentalismo y la creatividad) los cometidos de la animación. Y en la IV Conferencia de Ministros Europeos de Cultura, celebrada en Berlín en 1984, se enfatizaron los conceptos clave de desarrollo, creación, aptitudes, libertad, participación y solidaridad como selección de palabras-clave que habrán de definir objetivos posteriores.

Desde otros puntos de vista como la preparación profesional o las actitudes se propone para los animadores un modelo de integración formación-acción que acaba convirtiéndose en un modelo de formación permanente desde la intervención investigadora. Y es también aquí donde se produce una nueva confluencia que pone en riguroso paralelo, salvadas las perspectivas de los diferentes planos, la imagen de estos dos trabajadores sociales: el animador social y el psicólogo comunitario.

Más rigurosamente, el parangón de semejanzas cabría hacerlo desde referentes tan importantes como el perfil profesional, la función, el escenario de trabajo, los objetivos y las estrategias de intervención. Y en estos aspectos, y por orden, también las coincidencias son notables. El perfil humano aparece ribeteado de una especie de aureola de heroísmo que presta el hecho de que si bien, como se sabe, es imposible servir a dos señores, en este caso es preciso servir a tres: al que paga, al colectivo en el que se trabaja y a las exigencias e imperativos profesionales propios. Lo que implica, a la postre, un altísimo nivel de tolerancia a la frustración. A ello se le añaden luego otros componentes de entrega e implicación personal de probado espíritu de servicio y de cualidades nada despreciables que posibiliten la empatía y relaciones humanas.

En cuanto a la función, oscura siempre y en la sombra para evitar protagonismos que generen dependencia, hay un lado que dinamiza, que da sentido y que potencia, y otro que evita la presión de la fuerza, la manipulación más o menos larvada, el pananimacionismo voluntarista y asistemático.

El escenario de actuación profesional, en ambos casos, es aquel más propicio al establecimiento o al disfrute de un clima de acción en libertad y con aceptables cotas de independencia operativa, válido para la reflexión crítica colectiva, apto para la acción social transformadora, para la necesaria convergencia asociativa y para la indispensable promoción participativa.

En el tema de los objetivos, junto a los ya expuestos, habría que enfatizar aquí la consideración de la comunidad como base y protagonista de su propio desarrollo, y la colocación de una indiscutible participación real como eje de todos los procesos.

Finalmente, y en lo que atañe a las estrategias intervención, cabría señalar dos bloques que pusieran mínimamente de manifiesto lo que es preciso eludir y lo que a toda costa se debe intentar. Por un lado, evitar participaciones no participantes y engañosas manipulaciones soterradas, imposiciones más o menos galantes, refuerzo -consciente o no- de liderazgos que acaban en nuevas formas de caciquismo. Por otro, llevar a cabo algo que resultaría muy útil practicar. Saber estar sin imponerse, ser promotor más aun que agente del cambio, actuar sobre necesidades percibidas y sentidas por la población, valiente apertura a la inmediatez de la experiencia, actuación desde la triple vertiente investigación-acción- participación, y final, y principalmente, intervenir desde y con la población para la que se trabaja.

El denominador común de la participación comprometida

Otro tema importante de confluencia, que es, al mismo tiempo, punto de partida y objetivo permanente a conseguir, es el de la participación como meta, como requisito, como modelo y como estrategia. El psicólogo comunitario y el animador en cualquiera de sus múltiples versiones y formas (social, cultural, sociocultural, juvenil, comunitario, turístico, empresarial, del ocio o de las personas de más edad) serán expertos en el recurso a esta forma comprometida de hacer. Nada más importante en el trabajo social, pero nada también más discutible. No conviene olvidar que propiciar el cambio y posicionarse en una permanente reflexión crítica es lo que menos gracia puede hacerle a cualquier poder, que de suyo tenderá a perpetuarse. En este caso se daría la paradoja de que quien paga está llamado a padecer en alguna medida las consecuencias de las propias tareas que patrocina. Lo que ha de conducir en ocasiones a serios conflictos de relación y de coherencia. Y la participación, si es real y se instala en niveles de análisis, planteamientos, intervenciones, evaluaciones y propuestas, puede acabar siendo excesivamente incómoda no sólo al poder político, sino hasta incluso al «poder» técnico y profesional.

Participar es tener parte en algo, o dar parte de algo en el sentido de comunicar. Su significación se robustece desde referencias múltiples que podrían tener que ver con una profundización en el aspecto de entrega personal, de compromiso real, de acciones y de decisiones compartidas. Su puesta en práctica implica algunos requisitos contextuales que tienen que ver con la claridad de las reglas del comportamiento democrático, con la potenciación del diálogo entre el poder y las bases y con la mayor independencia profesional posible respecto de condicionamientos y presiones.

En el ejercicio de cualquier forma de participación caben multitud de desviaciones sutiles que es preciso prevenir para que no degeneren, como en tantas ocasiones, en adhesiones forzadas a decisiones ajenas. Un óptimo ejercicio de la participación es el que acaba por desdibujar la propia idea de servicio en aras de la confección de un tejido social rico en redes de intercambio de recursos. Esa es la participación que acaba definiendo la propia calidad y eficacia de los programas que polariza los recursos humanos, que genera optimismo, que potencia eficacia y posibilidades y que acaba por convertirse en agente desencadenante de efectos positivos a otros muchos niveles.

Exigencia de esta misma filosofía de participación es la aceptación en ambos casos (Psicología y animación) de la colaboración con los paraprofesionales y con el voluntariado social. A través de ello (Martín, 1988 b, p. 234) se movilizarán, potenciándolos, recursos humanos y materiales, colectivos e individuales, capaces de hacer del pueblo, sino el protagonista, al menos un agente activo y muy importante de su propio cambio y desarrollo. Eludiendo en este caso los posibles riesgos de las suspicacias profesionales por miedo al intrusismo, las tentaciones de autoafirmación en un rol ajeno, la desmotivación o los peligros de falta de reserva en aspectos de conveniente confidencialidad, lo cierto es que cabe aprovechar notables ventajas. Entre ellas, la mejora bien probada del rendimiento de los profesionales, la disminución de los efectos negativos inherentes al desfase cultural, una mejor participación activa no técnica y el acceso más fácil, en su condición de «puente», a lugares y ambientes realmente prohibitivos.

La preocupación por los problemas concretos en las situaciones reales en que se producen hace que psicólogos comunitarios y animadores sociales vuelvan a encontrarse, complementándose, en los escenarios naturales que son marco de referencia para la amplísima gama de los servicios sociales generales o específicos. Precisamente, y como colofón de cuanto llevamos dicho sobre participación, descentralización, integración, democratización y prevención, la tarea de ambos, siendo específicamente diversa en objetivos concretos y en niveles de acción técnica, coinciden en los planteamientos a la hora de entender tales servicios como instrumento para una política social más amplia y descontextualizados de adherencias atributivas que les presten un tufillo rancio de acción benefactora, asistencial y paternalista. En los temas de familia, infancia, juventud, ancianos, marginación, etc.., así como en aquellos otros que tienen que ver con prevención, promoción, reinserción, cooperación u orientación, la misma complementariedad les hará coincidir a la hora de establecer una planificación estratégica basada en modelos científicos solventes (Seidman, 1983) y en la utilización de técnicas concretas más próximas a expectativas de no excesiva directividad y de propiciación de competencias.

Efectivamente, el factor de interdisciplinaridad etiológica y de abordaje de los múltiples problemas psicosociales conduce a planteamientos de intervención desde aportes de diversas escuelas científicas, procurando el cambio social o el desarrollo comunitario a través de diferentes modelos de amplificación cultural. las diversas tendencias determinan métodos y formas de intervención que derivan desde las tareas en servicios, sin caer en la trampa de pararse ahí hacia la promoción del cambio institucional.

Coincidencia en modelos y en técnicas de intervención

Las técnicas de intervención, comunes a otras muchas formas de acción social, expresan factores y elementos que definen la filosofía, el talante, los objetivos y las expectativas que resultan igualmente adecuados a la Psicología y a la animación. Es lo qué podríamos demostrar sin mucho esfuerzo, subrayando alguna de las características que se dan, por ejemplo, en la consulta, en las redes de ayuda, en los supuestos del desarrollo organizacional, en las tareas de activación social, en la intervención en crisis, en temas de prevención, provisión y promoción, en la preparación de sistemas alternativos o en cualquier planteamiento de innovación social experimental. Por eso, y sin haber hecho nada más que enumerar de pasada algunas de las más características, quedaría mejor hablar de modelos más amplios a la hora de presentar algunos de los que ofrecen especiales aspectos de denominador común.

Tal sería el caso del conocido modelo ecológico, de amplio y eficaz juego en los temas comunitarios, preocupado por marcos y escenarios y por amplios y complejos referentes contextuales capaces de dar cumplida cuenta de valores causales y concomitantes a la hora tanto del análisis como del diseño y hasta de la misma evaluación. Psicólogos y animadores aquí potenciarán la eficiencia desde la valiosa ampliación de la perspectiva.

El modelo de competencia, frente a otros de fomento y promoción de dependencias e ignorancias, utilizando la ayuda que le presta la Psicología conductual comunitaria con sus teorías de refuerzos, extinciones y modificaciones, consolida su eficacia en innumerables campos y ambientes y, sobre todo, en las valiosas tareas de entrenamiento en habilidades sociales.

El modelo de la Psicología humanística, acorde con las más radicales exigencias de propiciar el protagonismo de la población, de potenciar al máximo los recursos humanos a fuerza de creer en ellos, de dinamizar funciones de implicación, autonomía, espontaneidad, empatía, creatividad y no-directividad potenciadora de independencia y libertad frente a la presión manipuladoras es un modelo a través del cual la animación puede abordar con éxito la problemática más variada.

Porque el espacio disponible aquí no lo permite, y porque de lo que queda dicho, cabe inferirlo con facilidad, no nos dedicaremos a analizar uno de los puntos de máxima confluencia entre la animación y la Psicología comunitaria, cual es el del nuevo rol de ambos profesionales. Un rol en nada parecido al que podía tradicionalmente esperarse, sin despachos ni aranceles, que no espera en casa para actuar, sino que se desplaza a los escenarios y a los grupos porque son más los que no saben, los que no quieren o los que no pueden, que lo que acudirían -pagándolo- en busca de ayuda, de opinión, de salud o de consejo. Ello implica la configuración de un nuevo rol profesional en la línea de un trabajador social de la salud cuyo talante resulte capaz de asumir una buena porción de desmitificación profesional en beneficio de una comunicación necesaria y urgente con la calle y cuya capacidad de resistencia le permita encajar al mismo tiempo el reto de una alta dosis de tolerancia a la frustración, y las exigencias duras de una participación popular, por real, seriamente comprometedora.

BIBLIOGRAFIA

Ander-Egg, E.: Metodología del trabajo social. El Ateneo, México. 1982.

Gollinick, D. M., y Chin, Ph. C.: Multicultural Education in a Pluralistic Society. London. Charles E. Merrill, 1986.

Marchioni, M.: Planificación social y organización de la comunidad. Madrid. Ed. Popular. 1987.

Martín, A.: Psicología humanística, animación sociocultural y problemas sociales. Madrid. Ed. Popular. 1988.

Martín, A., et al. (ed.): Psicología comunitaria. Madrid, Visor, 1988 b.

Rezsohazy, R.: El desarrollo comunitario. Madrid, Narcea, 1988.

Seidman, E. (ed.): Handbook of Social Intervention. Sage. Publ. Beverly Hills, 1983.

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