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Papeles del Psicólogo, 1984. Vol. (14).
Alfredo Fierro
Históricamente, el primer modelo psicológico de análisis de la deficiencia mental ha sido el psicométrico, un modelo desarrollado en categorías cuantitativamente descriptivas de la capacidad o aptitud intelectual de las personas. La psicometría, además, en sus propios orígenes, se halla estrechamente vinculada a la identificación y medición de la deficiencia mental, puesto que, al menos en la rama inaugurada por Binet, nació justo para proporcionar un modelo preciso del fenómeno de la disminución o déficit en la capacidad de aprender de ciertos individuos.
1. El modelo psicométrico
Históricamente, el primer modelo psicológico de análisis de la deficiencia mental ha sido el psicométrico, un modelo desarrollado en categorías cuantitativamente descriptivas de la capacidad o aptitud intelectual de las personas. La psicometría, además, en sus propios orígenes, se halla estrechamente vinculada a la identificación y medición de la deficiencia mental, puesto que, al menos en la rama inaugurada por Binet, nació justo para proporcionar un modelo preciso del fenómeno de la disminución o déficit en la capacidad de aprender de ciertos individuos.
El modelo psicométrico, en principio, no pasa de ser instrumental y descriptivo. Derivan de él instrumentos, tests o pruebas que, con economía de tiempo y de recursos, permiten evaluar la inteligencia general y las aptitudes primarias de las personas. A su vez, de los resultados de estas pruebas se siguen mediciones que describen y compendian en cifras el grado de inteligencia o, respectivamente, de deficiencia mental. Las más populares de estas cifras han sido, primero, la edad mental, y, más tarde, el cociente intelectual, que, por otra parte, en la actualidad responde no tanto a su originario sentido de un cociente, entre la edad mental y la cronológica, cuanto a una construcción psicométrica elaborada a partir de una postulada distribución normal de la inteligencia, con media en valor de 100 y desviación típica 15. Aunque inicialmente se presumió fijo y estable a lo largo de la vida, el cociente intelectual más bien ha mostrado no serio, lo que ha motivado a los investigadores a identificar otros parámetros psicométricos más refinados, en los que se ha creído o pretendido hallar una estabilidad mayor. Así, por ejemplo, Fisher y Zeaman (1 970) han propuesto tres parámetros K, a los que suponen de una gran fijeza, y que relacionarían la edad mental y la cronológica de acuerdo con la ecuación:
e.m. = k1 In e.c. - k2 e-c - k3
donde e.m. es la edad mental del sujeto en un momento dado; In el logaritmo natural; e.c. la edad cronológica; y k diversos parámetros, supuestamente fijos para cada individuo, cuya interacción o multiplicación con la edad cronológica genera el correspondiente resultado de una determinada edad mental o, mejor, capacidad intelectual. En esta ecuación, la inteligencia, sus grados, su déficit son evaluados y medidos no ya en términos de un cociente intelectual, sino de tres diferentes parámetros que, conjuntamente, constituyen su definición psicométrica.
Hablar de deficiencia mental, de déficit en las aptitudes, se corresponde bien con un enfoque psicométrico, del cual, por otro lado, resulta bastante difícil prescindir en los demás enfoques, psicológicos o no. El dato psicométrico confiere cierta unidad al síntoma común a las diversas oligofrenias, diversos síndromes dependientes de etiologías varias, de las que se ocupa el análisis clínico; desarrolla y refina el juicio acaso prejuicio social por el que unos sujetos son declarados subnormales; y exhibe buena validez predictiva para pronosticar el rendimiento escolar del que se ocupan los modelos didácticos. Los propios modelos psicológicos que restan por examinar, en particular, el evolutivo, el funcional y el cognitivo, no pueden prescindir del enfoque psicométrico, aunque no se den por satisfechos con él e intenten englobarlo en una teoría o concepción superior, propiamente explicativa. la insuficiencia más seria del análisis psicométrico está en que, en todas sus variedades, de cociente intelectual u otras, se limita a describir, a medir, y nada dice sobre el posible tratamiento o intervención que pudiera contribuir a mejorar las aptitudes. La concepción psicométrica, o bien considera a la deficiencia como fija e inalterable, con el consiguiente pesimismo práctico; o bien, se limita a lo puramente instrumental y descriptivo de una situación de hecho, en cuyo caso necesita ser completada con otras hipótesis sobre el origen de la deficiencia y sobre la posible rehabilitación de la capacidad intelectual.
2. El modelo evolutivo
Después del enfoque psicométrico, en orden tanto cronológico cuanto de popularidad, es preciso mencionar el enfoque evolutivo. Desde él, en rigor, más que de deficiencia, es preciso hablar de retraso mental. Los sujetos que bajo otros puntos de vista aparecen corno deficientes o inferiores a la capacidad intelectual media, ahora son vistos ante todo, primordialmente, como retrasados. Se supone la existencia y regularidad de ciertos procesos evolutivos, que conducen a la madurez y plenitud de las aptitudes mentales y sociales; y se atribuye a estos sujetos atraso, rezagamiento y disfunciones en tales procesos de desarrollo.
El mero retraso, de suyo, no implica deficiencia. Podría imaginarse la situación de un niño que se desarrolla muy despacio, rezagado, llegando, por tanto, más tarde que sus compañeros de edad a ciertos umbrales evolutivos y aptitudinales, pero que, pese a la lentitud, llega a iguales metas y a partir de ese momento no se diferencia ya de los que se le adelantaron. Cabría suponer entonces que el retrasado mental adquiriera la plenitud de las facultades mentales a los 25 ó 30 años, y no a los 16 ó 18. De hecho, no es así, o no suele ser así. Aunque se hable de retraso, y se le describa corno fenómeno evolutivo, además de retardo, suele darse deficiencia. El sujeto no sólo alcanza más tarde los umbrales evolutivos; ciertos umbrales, ciertos niveles de capacidad no los alcanza jamás. Su problema, por consiguiente, no es sólo de un retraso, sino también, por desgracia, de una deficiencia en sentido estricto.
Hay, además, algunos hechos que turban la limpia interpretación del caso como mero asunto evolutivo. Uno de ellos, ampliamente establecido, es que el problema evolutivo de los retrasados mentales es un retraso no armónico o equilibrado en las distintas áreas conductuales, sino más bien desigual, irregular, disarmónico, en heterocronía, según el concepto de Zazzo (1965). Su retraso no consiste en seguir más despacio iguales pautas de desarrollo que la generalidad. La pauta misma suya suele ser diferente, extrañamente idiosincrásica. Un segundo hecho, que empieza ahora a conocerse, y que también puede considerarse establecido para ciertos grupos, como el del síndrome de Down, es el del rápido deterioro físico y mental de estos sujetos, el de su envejecimiento prematuro.
Al enfoque evolutivo le cuadran instrumentos de descripción y evaluación cualitativas más que cuantitativas. De este género son el P.A.C. (Progress Assessment Chart), de Gunzburg, y la Grafomaduración de González Mas (1978), ambos difundidos en nuestro país, y cuya característica común es la representación gráfica del progreso evolutivo -respectivamente, del retraso- en ciertas áreas determinadas: motricidad, comunicación, etcétera. En cada una de las áreas se postula cierta progresión de unas conductas a otras, corno sucesivos pasos en un continuo de aptitudes, habilidades y hábitos, y se describe el nivel evolutivo sobre la concreta base de los comportamientos adquiridos.
El modelo del desarrollo no implica, de suyo, una precisa teoría del retraso mental, ni tampoco una determinada propuesta de intervención psicopedagógica. Únicamente presupone que disfunciones en los procesos de maduración y/o de aprendizaje son responsables del retraso, y que, por tanto, será necesaria alguna intervención que facilite tales procesos. Pero esto permanece todavía muy genérico, y diversas explicaciones teóricas e intervenciones prácticas son posibles dentro de marco tan amplio. Lo que sí traza con rigor el modelo evolutivo, sobre todo cuando se dota de instrumentos evaluativos como los recién citados, es el programa de las adquisiciones conductuales que en cada momento han de constituir objetivo psicopedagógico o de rehabilitación. Una vez definida la progresión en cada área conductual, este objetivo, obviamente, habrá de ser el nivel inmediato superior al ya adquirido por el sujeto.
3. El análisis funcional
El paradigma científico desde el cual se efectúa este análisis es el de una psicología objetiva, de orientación experimental en cuanto a método y conductista en cuanto a teoría. En él no se habla ya de deficiencia o deficiente, ni siquiera de retraso o retrasado mental, El análisis funcional o conductual rehusa estas etiquetas meramente descriptivas, además de simplificadoras, a las que juzga carentes de cualquier valor, ya explicativo, ya práctico; y se aplica a investigar y tratar sencillamente la conducta retrasada. Esta, como cualquier conducta, es susceptible de un análisis funciona¡, esto es, de un análisis que examina los estímulos -antecedentes y consiguientes, discriminativos y reforzadores- de los que la conducta, también la conducta retrasada, es función. De la modificación de esas variables estimularas, y, en general, de la intervención sobre el entorno estimular, aguarda el psicólogo conductista tanto el cambio cuanto el mantenimiento de las conductas indeseadas, respectivamente, y deseadas. En tanto que conducta indeseada, la conducta retrasada puede cambiar con tal de alterar convenientemente los acontecimientos de estímulo de los que ella en el presente sigue siendo función dependiente.
El análisis funcional o conductual irrumpió, en el momento de auge de las teorías operantes, con mucho brío polémico frente al modelo médico y al psicométrico de la deficiencia (cf. Bijou, 1966; Ribes, 1972; Kieman, 1973; Barret, 1977). Su primera posición es el rechazo de la explicación de la conducta retrasada por factores cuya hipotética influencia en ella no puede establecerse en el orden conductual estricto, sea la presunta capacidad inferior de la psicometría, sean reales factores genéticos o cerebrales que tampoco dan razón de la relación funcional, eventualmente disfuncional, entre estímulos y respuestas. Esta relación ha de ser estudiada y tratada por sí misma, con independencia de las bases orgánicas. Obviamente, tanto las funciones de estimulación corno las de respuesta pueden hallarse adversamente afectadas por alguna incapacidad biológica. Pero, dejando eso atrás, y desentendiéndose incluso de la posible inadecuada historia previa de estímulos y de refuerzos del sujeto con conducta retrasada, el análisis funcional se interesa primordialmente en las relaciones funcionales actuales estímulo/respuesta que rigen el retraso. la justificación de este interés es también práctica, y no sólo teórica. Los determinantes biológicos y los ambientales o de aprendizaje en la pasada historia no son ya posible objeto de modificación. Únicamente es posible intervenir en las condiciones ambientales o estimularas presentes. Puesto que las posibilidades reales de cambio de conducta, de ampliación del limitado repertorio comportamental del individuo retrasado, se dan en el ámbito de las relaciones funcionales con su actual entorno estimular, es en estas relaciones donde va a centrarse el análisis funciona¡ e igualmente la intervención clínica del psicólogo conductista.
Qué eventos estimularas, o, más bien, qué precisas relaciones funcionales con ellos son responsables de la conducta retrasada, no puede decirse a prior¡, sino debe establecerse en un proceso de tratamiento y experimentación, conjuntamente, cuyo desarrollo implica a la vez evaluación de la conducta retrasada, principalmente mediante procedimientos de línea de base, y una intervención sobre el entorno estimular que no se distingue del control de las variables independientes en las hipótesis experimentales. El extraordinario desarrollo de los diseños experimentales o cuasiexperimentales de sujeto único, como son los diseños de reversión, de múltiple línea de base y de múltiple tratamiento (Hersen y Barlow, 1976; Kratochwill, 1978; Kazdin, 1 980) ha abierto la oportunidad de una fructífera convergencia entre el trabajo clínico y la investigación experimental en comportamientos como la conducta retrasada, oportunidad inicialmente ligada al análisis funcional conductista, aunque no restringida a él.
Con su insistencia en los determinantes actuales de la conducta, en relativa independencia de los factores biológicos y aún de la pasada historia de aprendizaje, y con sus tesis de que toda conducta puede ser cambiada a condición de acertar en la identificación y manejo de los estímulos que críticamente la controlan, el enfoque funcional conductista ha contribuido a despertar una enorme esperanza y optimismo en las posibilidades de tratamiento psicológico y también pedagógico de la conducta retrasada, que no es contemplada ya como una deficiencia fija o rígida, sino como un patrón disfuncional, pero casi ilimitadamente susceptible de cambio. Esta amplia confianza en el potencial de las técnicas de modificación de conducta para abordar los problemas del retraso se ha visto, son embargo, un tanto castigada por dos hechos que restringen mucho su alcance más allá de las sesiones de intervención. El primero es la dificultad de comportamientos adquiridos dentro de ellas. El segundo, aún más importante, es la dificultad del retrasado mental en generalizar, en transferir aprendizajes de una áreas conductuales a otras e incluso de unos comportamientos a otros.
4. Modelos dinámicos
Caracteriza a estos modelos considerar que la deficiencia o retraso mental es un fenómeno secundario respecto a estructuras y procesos más básicos, en los que está implicada la personalidad entera o, al menos, otras instancias que las convencionalmente descritas corno inteligencia, capacidad o aptitudes. Localizan, pues, la raíz en otro lugar, no en el aparente; la sitúan en una trama de energías, de fuerzas, no primariamente intelectuales o cognitivas, cuya dinámica, sin embargo, genera el déficit intelectual.
Una de las versiones más sencillas de enfoque psicodinámico es la que ve a estos sujetos como deficientes motivacionales antes que deficientes mentales. Su pobre rendimiento en diversos géneros de tareas se debería no tanto a una disminuida inteligencia, cuanto a una pobre o inadecuada motivación (Zigler, 1969).
Otras teorías psicodinámicas más refinadas proceden a partir de hipótesis de psicoanálisis y también de una psicopatología de orientación fenomenológica. En ellas se postula que la deficiencia o retraso no es sino la expresión de un trastorno más global, que afecta a la estructura completa de la personalidad y no sólo al desarrollo intelectual. En esta consideración, la deficiencia mental queda aproximada a la enfermedad mental, principalmente a las psicosis de origen infantil. La taxonomía o clasificación nosográfica de un síndrome respecto a otro pasa entonces a un lugar secundario. Se les supone ser síndromes distintos, pero expresivos o manifestativos de un mismo género de trastorno psíquico temprano, de cierto fracaso radical en acceder a la simbolización y al yo; y se reformula a la deficiencia como síndrome psicopatológico "de expresión deficitario", es decir, como trastorno cuya expresión fundamental consiste precisamente en el déficit (Lang, 1973). A semejanza de lo que hace el análisis funciona¡ de la conducta retrasada, aquí también se reconoce, si hace falta, la existencia de una eventual etiología orgánica, pero no se le concede el papel de factor inmediatamente responsable del retraso.
En la interpretación psicoanalítico de M. Mannoni (1964) es la relación con la madre la que determina la dinámica del desarrollo retrasado. Son los fantasmas y el deseo de la madre los que, como un destino ineluctable, conducen al niño a la deficiencia. Otros psicoanalistas (Ober, 1981) interpretan el retraso como una estrategia de defensa, a semejanza de la psicosis y la neurosis, aunque diferente de éstas, una estrategia de protección del yo en su trato con la realidad. Por qué se defiende el sujeto retrasado, de qué se defiende, qué incapacidad previa le lleva a defenderse de ese modo, refugiándose en el retraso mental, y no en la psicosis, o en otros trastornos, son preguntas para las que hay diversas respuestas en las distintas escuelas del psicoanálisis, y no siempre respuestas claras o claramente fundamentadas.
Desde premisas psicodinámicas, el retraso mental pierde mucho de la inmutabilidad y fatalidad que el modelo médico y, en general, la concepción tradicional de la fijeza de los valores psicométricos tendía a atribuirle. Pero la naturaleza dinámica de los procesos que originan la deficiencia, y su aproximación a los que subyacen a las psicosis infantiles, no entraña en modo alguno su reversibilidad. Los procesos psicodinámicos, la historia y avatares del deseo, que han llegado a cristalizar en un estado deficitario, pueden ser o mostrarse irreversibles, altamente reacios a posteriores experiencias y tratamientos. La intervención psicológica indicada, de todos modos, habrá de ordenarse a permitir y propiciar en el sujeto la aparición de la demanda, de la formulación del deseo, en la cual precisamente llegará a emerger corno sujeto, y no mero objeto de los fantasmas y de los propósitos de los demás. Esta emergencia puede producirse en el curso de un psicoanálisis, de una psicoterapia individual o en grupo, de una terapia o tratamiento mediante juegos simbólicos, a través de medios expresivos y creativos (musicoterapia, por ejemplo), o incluso merced a experiencias significativas cualificadas con personas que le reconozcan como sujeto de deseo y le permitan aflorar lo que estaba callado, enmudecido, en el fondo de lo que en el orden manifiesto se muestra como retraso.
5. El enfoque cognitivo
En la tradición de una psicología objetiva, interesada a la vez en la medida, corno la psicometría, y en la experimentación, como el análisis funcional, y en estrecha dependencia de la reciente evolución, en psicología, desde la hegemonía conductista hacia la preponderancia de modelos cognitivos y de procesamiento de la información, el último tipo de análisis, recién aparecido, de¡ retraso mental, es el que genéricamente cabe calificar de cognitivo, determinable específicamente como micrométrico y procesual (cf. Fierro, 1983). Lo de "micrométrico" refiere a¡ hecho de que los fenómenos psíquicos considerados y medidos son relativamente microscópicos frente a la magnitud de los productos conductuales evaluados en las pruebas clásicas de inteligencia y en las líneas de base del análisis funciona¡. Técnicas de medición reciente permite n una medida muy fina de momentos mínimos del proceso, como tiempos de reacción (así en la cronometría de Stemberg) o tiempo y capacidad de la huella. anémica sensorial (así en la técnica de reporte parcial, de Sterling y otros). La aplicación de estas técnicas psicométricas a la exploración del retraso mental está revolucionando nuestros conceptos acerca de este fenómeno, que, por otra parte, no es observado ya en los productos o resultados finales, en términos de una ejecución o rendimiento inferior en ciertos tipos de tareas, sino investigado a lo largo del entero proceso cognitivo -procesamiento de información, en los correspondientes modelos- que lleva desde el reflejo de orientación y la conducta de atención hasta el razonamiento, la formación de un concepto o la solución de un problema.
Cierto análisis de la conducta en general y del retraso mental en particular en términos percepto-motores nunca se ha perdido del todo en psicología y constituye un antecedente del actual análisis en términos de procesos cognitivos o -más concretamente- de procesamiento de la información. Los programas percepto-motores de tratamiento del retraso mental (cf. el monográfico de Siglo Cero, nº 79, noviembre 1981) e incluso los programas genéricamente denominados de estimulación temprana, que operan sobre todo con las calidades elicitantes y discriminativas de los estímulos y no tanto con sus propiedades reforzadoras, constituyen también un claro antecedente de los programas que pueden desarrollarse -aunque apenas comienzan a existir- a partir de modelos cognitivos e informacionales.
En su vertiente práctica, aplicada al tratamiento del retraso mental, los modelos cognitivos pueden, sin embargo, tropezar con dos clases de serias dificultades. Una de ellas tiene que ver con el hallazgo de que, tras la segmentación microanalítica del procesamiento cognitivo en sus diversos momentos (atención, percepción, diversos registros de memoria, etcétera), el retraso mental aparece ligado no tanto a específicos déficits en alguno o algunos de esos momentos, cuanto a un déficit generalizado, tanto en las estrategias globales del sujeto a lo largo del procesamiento entero, cuanto en la capacidad de transferir de unos aprendizajes a otros. Una segunda dificultad se vincula con la distinción entre los aspectos estructurales, o de capacidad, y los funcionales, o de programación y uso, en el procesamiento cognitivo. Mientras el retraso mental sea debido a disfunciones, a inadecuada programación cognitiva del sujeto, hay esperanzas de mejora mediante tratamiento. Pero es de temer que alguna parte de él, quizá la mayor parte, se deba a déficits estructurales, y no sólo funcionales, que, entonces, por su naturaleza propia serían muy resistentes a cualquiera posible modificación. En este último caso el análisis micrométrico y procesual de la psicología cognitiva nos habría ayudado mucho a conocer el detalle de las dificultades de procesamiento en los deficientes mentales, pero habría contribuido en poco a poder superarlas.
En conclusión
Los modelos sucesivamente presentados no son recíprocamente excluyentes. Desde luego, el psicométrico y el evolutivo, por su generalidad misma, aparecen en cierto modo compatibles con cualesquiera de los otros. Pero incluso aquellos que dependen de premisas teóricas muy dispares, como el psicodinámico y el cognitivo, y también los que quedan fuera ya del ámbito de la psicología, como el modelo médico y el sociológico, pueden ser coordinados entre sí, no en un concordismo fácil, sino en un análisis que reconoce que el fenómeno del retraso mental, como todos los fenómenos humanos, puede y suele hallarse sobre determinado, múltiplemente determinado.
La deficiencia mental continúa siendo una denominación convencional que agrupa fenómenos de varia etiología, naturaleza y pronóstico. Por de pronto, hay casos y casos; mientras en unos la explicación genética acaso resulta satisfactoria, en otros hace falta introducir factores psicodinámicos o de aprendizaje. Por otro lado, en un mismo caso, en un mismo sujeto, el hecho global de su deficiencia puede deberse a una combinación de factores que requieren de más de un género de explicación.
En la presentación de cada modelo de análisis ha quedado expuesto sucintamente el tipo de tratamiento que de él se deriva. En la idea de que diversos casos de deficiencia o incluso diversos aspectos o componentes de un mismo caso pueden deberse a factores diferentes, que necesitan de sendas explicaciones y apropiados análisis, está implícita la sugerencia de que el psicólogo habrá de tratar cada caso de acuerdo con la naturaleza propia de los procesos que presumiblemente lo están determinando. El acierto de su intervención dependerá de la correcta identificación de estos procesos y de la atinada elección y aplicación del tratamiento capaz de modificarlos en orden a ensanchar la reducida capacidad del sujeto.
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